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El maestro de las vespitas y el milagro de una nueva vida

11 de Mayo de 2016

El maestro de las vespitas y el milagro de una nueva vida

Y tuvo el destino que llevarme al Santuario de las Vespas en  Gran Canaria. Al laboratorio del Doctor Zhivago.  Por esas extrañas y caprichosas cosas que ocurren en la vida, se prestan las circunstancias precisas, como llamadas a escena, como un puro y excéntrico capricho del tiempo… Y para que se produzcan los hechos, relataré:

 

En el pasado Vespasión Canarias, nuestra Vespita del 63, radiante marcó la ruta para Gáldar en un tira línea alegre y contagiado por tantas compañeras de batalla. El motor iba bien, sin contratiempos, ni fallos. Después de que Wyli ajustara el embrague en la fuente luminosa, quedó lista para el evento.

 

Subiendo la variante de Silva y habiendo superado la cuesta del Cenobio de Valerón, y justo cuando empieza a llanear para la inminente bajada del Llano Alegre, dijo el motor, que hasta ahí llegaba. Agradeciendo el haber superado la rampa, le sacamos el cambio y paramos a ver qué pasaba. 

 

Y nada; un fallo eléctrico. Arrancaba, pero no subía en vueltas. Y ahí tomamos la primera decisión. Bajar hasta Galdar, a ver si estaba Paquito "El Vespa", el gurú de las "pepitas" desde hace mas de 50 años. Sólo con oírla sabría lo que le pasaba. Y tocó rodar hasta la ciudad de los Caballeros. Con la pata de Wyli en el cofano, metiéndole la inercia hasta el objetivo final.

 

Todo hay que decirlo. Ponga un "Wyli" en sus “vespiadas”. Todo soluciones y armonía. Filosofía pura de la gente del "Manillar" el chico bueno del gato cuadrado. Extasiado de empujar el resto del camino hasta los pies de Santiago. Como un peregrino de gozos. Llegué a la plaza de piedra antigua para descubrir el encanto añejo y el contraste rotundo del “vespasión canarias” de postal. Impolutas, coloridas, aparcadas, en una mañana soleada de feria y hermandad

 

Respiré. Me tragué un botellín. Y vi acercarse a maestro Paco. Con su sintonía arqueada y su sonrisa PX. Sin decirle nada, intuyó problemas en mi mirada. Y advirtió: “Yo hoy no me quiero ensuciar las manos”. Después de un abrazo e intercambios de buenas nuevas, miró la moto. La puso en marcha, notó el problema y dijo: “Ven bajando hasta mi taller, que yo llego enseguida. Allí tengo las herramientas, que necesito”.

 

Tiempo hacía que no descubría rincones con tanta solera y encanto. El cuarto oscuro donde se revelan las fotos de la película de su vida. El panal primario donde se ensamblan los sueños para rodar en vespas, como abejas de metal sacadas de la vieja fábrica del cuento.

 

 

Reconozco que Gáldar es uno de esos grandes pueblos de la isla que, cuando cruzas el umbral de las calles principales y adentras en los callejones, el tiempo empieza a girar al revés a la velocidad. Parece que te alejas de la civilización.

 

Es un portal del tiempo, una nueva dimensión tan real, que sorprende, si no fuera por algunos elementos actuales del espacio. Todo canta en favor del NODO y sus grises perennes. Avanzar detrás de un muro alto que escondió a cal y canto, tropicales y exuberantes hojas de plataneras, palmeros y lagartos y un frondoso pasado de piel de tiras y trabajo mal pagado, es latente.

 

Paco tiene su cueva castillo sobre la vega del Barranco Real, abajo en el perímetro externo del cerco de la ciudad. Donde van las confluencias de Ansofe, que nace en Zamarrita, y baja margen izquierdo de Hoya Pineda. El Barranco las Boticarias, que baja encajonado desde caldereta, y la Hacienda de Pineda, del otro lado del cabezo. Todo esas vertientes convierten el Barranco de Guía en un pasaje en la mirada de los dominios de Maestro Paco "El Vespa", que a buen seguro descubrió, el tiempo y la cumbres de Gáldar, antes que las motos.

 

Parados delante de la puerta del castillo, mientras llegaba el anfitrión, me alongué al muro del barranco para ver que había detrás y casualmente, encontré un profundo estanque antiguo. De aquellos que clavaban los peldaños de la escalera en la pared. Yacía profundo y seco. Con restos de chatarra y chasis en el fondo. Desde luego no tenía pinta de volverse a llenar de agua a no ser, que cayera la de Noé.

 

Por las rendijas de las puertas de la cueva, salía perfume a “dos tiempos” viejo, a desodorantes de aceites minerales ennegrecidos y a humedad de paredes de cascarones. Sentimos la Pepita de Paco que venía por el callejón, a ritmo vecinal, la de miles de veces que lo habrá cruzado. Mary lo acompañaba feliz. 

 

Camilo me miraba y sacudía sus dedos. Mientras comentaba. Vas a flipar cuando veas lo que guarda en la cueva, el amigo Paco, entonces Paquito. ¿Este es el hospital de la Paz o el Negrín? Pregunté. Este es el lugar donde todos los vespas encuentran su identidad, pensé seguido, ante la sonrisa complaciente, de quien se siente maestro. Artista y está mostrando sus pasiones. La puerta corredera cruzó el umbral como las cortinas de un gran teatro ante el estreno de un clásico 

 

Salieron miles de duendes a recibirnos alegres, se palpaba y respiraba a catacumbas... A vespas desafortunadas, a vespas dormidas, a vespas ausentes, a vespas destrozadas, a vespas descuartizadas, a vespas de silencio, a vespas anónimas, a vespas en proceso, a vespas radiantes, a vespas pasajeras. Estaba con todos los sentidos de mi grabación visual y sensorial mirando sin entrar, desde el umbral de la puerta de entrada al mausoleo de las vespas.

 

Y alli permanecí. Hasta que una voz del más acá dijo: “Sube para que veas el laberinto, el crucigrama,  el taller del destartalo”. ¡Increible! Pensé. ¡Y el gran tesoro estaba escondido! Porque efectivamente, en todo castillo hay un tesoro.

 

 

En la entrada al Garage, donde cabe un coche y algunas motos, ahí una rampa por la izquierda, de tablones de madera de encofrar. Como la pasarela de acceso restringido al corazón del castillo. Todo es chatarra y óxido.  Cadáveres y suciedad. Tienes que ir sorteando tumbas, tableros, horquillas, cofanos, latas viejas de aceite, estanterías destartaladas, ajundías de yerros viejos. Allí en la primera sala de acceso, nada se tira desde su creación, forma parte de la obra del artista. Es pupilo de Diógenes, el mecánico.

 

¡Santo cielo! Mirar a través de los montones de tumultos e ir descifrando cada concepto que vez, un trabajo de paleontólogos. Pero Paco, sabe donde está cada cosa. Al lado de, junto a, encima de, debajo de... Es un crucigrama que ha ido repasando con los años y que ahora el desorden es su referencia, de orden inverso.

 

Un tablero cuelga herramientas extrañas, casi todas con medidas especiales adaptadas al uso del maestro. ¡Tráeme el martillo chico! Le decía a Camilo, y mientras yo escudriñaba al milímetro tanto arsenal, camilo pillaba un martillo enano con el mango corto. Y se reía diciendo será este el martillo chico… Efectivamente; ese martillo sólo servía para algo especial. 

 

El encendido no sirve. Es nuevo pero dilata y deriva la corriente. Hurgó entre los cacharros del fondo y encontró uno viejo y oxidado. Lo pone y a la primera se puso en marcha y había mejorado algo, pero algo seguía sin ir bien. ¡Tráeme el destornillador de estrella corto! En un periquete saca el pistón del carburador lo lleva al quirófano. Desmonta, sopla. Lava con gasolina. Sopla. Monta y redonda.

 

El sonido se iba educando en melodiosas notas. Como un maestro de cuerdas, cuando afina su guitarra. Coje una botella de litro una manguera, saca del tanque gasolina a buche. Llena media botella. La mezcla con aceite 20/50 mineral

La sacude, y añade la mezcla de nuevo en el tanque la vespa.

 

A partir de este momento, aquellas  notas empezaban afinar con el oído. No uno cualquiera, un oído capaz de distinguir el sonido de un insecto. A ritmo de puño de gas y olor de la mezcla iba equilibrando la verdadera melodía vespa. Un arte perfeccionado con los años y la constancia. Aún en su comunión con los detalles, percibía que le faltaba pulir elementos, para rematar la faena. 

 

“Tráela un día apara que pueda dedicarle algo más de tiempo y no la vas conocer”, me decía con aquella sonrisa eterna de satisfacción disfrazada.  Paco el Vespa. Es a las "Pepitas" el gurú antiguo. Un hechicero de pueblo, cuya fama sólo camina de boca en boca. Un caprichoso artista capaz de sacar lo mejor de sus obras, un hombre fuera de su tiempo. Que el tiempo necesita como referencias antiguas.

 

En su rincón viejas glorias siguen vivos los recuerdos, los yerros y el escenario que avala su obra. Él es la piedra angular de ese puzle. Un verdadero mecánico. De los de antes. Una especie en vías de extinción. Patrimonio de la humanidad.

 

Larga vida al maestro de las vespitas: Paquito "El Vespa"

 

Por Feli Santana

 
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