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Moisés y Eduardo, aldeanos hermanados por las dos ruedas

23 de Julio de 2020

Moisés y Eduardo, aldeanos hermanados por las dos ruedas

Una amistad de más de 25 años y una misma pasión por las dos ruedas es lo que une a estos dos hermanos de La Aldea.

 

Nos conocimos con apenas 10 años de edad, cuando jugábamos en el pueblo y quedábamos para ir al garaje del padre de Moisés, que contaba con las herramientas necesarias para “tunear” nuestras bicicletas; manillares 3 estrellas, cambio de zapatas, gomas y conversiones, para hacer de aquellas bicis ochenteras “las más rápidas”. Una vez finalizábamos el trabajo, subíamos a lo alto del pueblo (El Hoyo) y nos tirábamos para comprobar quién era el más rápido.

 

Nuestra pasión por las dos ruedas, con sueño de poder algún día motorizar nuestras monturas, nos llegó al punto de colocar latas escachadas en las gomas de las bicis, para que al rodar sonara lo más parecido a una moto.

 

Con los años fuimos sumando a rutas más largas y cambiando a bicicletas más modernas, en este caso subíamos la degollada hacia el cruce de Tasartico y bajábamos por la carreta antigua de tierra para llegar a Artejevez. Otras veces subíamos a las Tabladas y nos lanzábamos por los barrancos. A cada curva le poníamos un nombre; la curva de las 3 tuneras, la curva del diablo, las doble eses, las cruces, etc.

 

Por razones económicas, nunca pudimos dar el salto a ciclomotores, cosa que incluso agradecemos hoy en día, porque con esa edad y madurez, quizás no estaríamos tan enteros como ahora.

 

Fuimos creciendo y llegó la etapa de estudios, para poder pasar al mundo laboral, donde Moisés se marcha a la península a una Academia para conseguir su sueño y futuro profesional. Tras unos años, en 2011, Moisés “me adelanta y pasa por fuera” en la curva de la vida y se compra su primera moto, una flamante Yamaha R6 azul, mientras yo continuaba alimentando en solitario, mi pasión en una Derbi GT 4v del año 76 que heredé de mi abuelo, paseando por el pueblo de La Aldea los fines de semana.

 

Seguimos dando gas en el circuito de la vida, precisamente en el final de la larga espera de poder pasar por meta, tras años esperando, soñando y luchando por ese momento… En mayo del 2015 por fin cumplo mi sueño, comprarme la moto que tanto había deseado, una Ducati.

 

 

Para mí, esta marca dentro del mundo de las motos, y todo aquel que me conoce lo sabe, ha sido y es mi referencia. Su diseño, su tecnología, su inconfundible sonido… Pura pasión italiana que me enamoró desde los diseños de Massimo Tamburini con aquellas líneas de la 916, pasando por la Paul Smart del 2006, hasta llegar a las actuales.

 

Desde la distancia seguimos rodando y dando gas, contándonos las anécdotas, las rutas, experiencias, etc. Pero seguíamos con una espinita clavada, esperando ese día que pudiéramos ponernos la armadura, el yelmo y cabalgar juntos de nuevo.

 

Moisés finalmente, debido a los traslados, tiene que vender la moto y pasa una larga temporada con el casco sobre la mesa y las botas colgadas.

 

 

Sin embargo, después de casi 27 años, el pasado domingo 19 de julio tras una llamada telefónica, decidimos ponerle de una vez por todas fin a esta espera, aprovechando las vacaciones de Moisés y su paso por la isla, quedamos para salir esa misma tarde… ¡No nos lo podíamos creer! Por fin íbamos a poder estar  cerca de conseguirlo.

 

Quedamos en casa. Nos vestimos para la ocasión y salimos a surcar Gran Canaria. Nuestras monturas eran inconfundibles, una Ducati Multistrada 1200 y una Bimota Delirio DB6, ambas con alma italiana, con corazón bicilíndrico y desmodrómico.

 

Tras salir de Telde dirección Temisas, en medio de un calor abrasador, decidimos parar en Ingenio para refrescar un poco y comentar las primeras sensaciones. Cualquiera que nos viera, lo único que apreciaría eran sonrisas y miradas de ilusión, después de poder rodar juntos, mientras nosotros pensábamos que en cualquier momento íbamos a despertar … ¡Que eso no podía estar ocurriendo!

 

Continuamos desde Temisas hacia Santa Lucia, haciendo algunas paradas para inmortalizar estos momentos con fotos y vídeos e intercambiarnos la GoPro, ya que queríamos dejar en nuestra hemeroteca, los momentos que estábamos viviendo desde los dos puntos de vista.

 

Decidimos subir un poco más alto y pasar al lado de uno de los icónicos referentes de la isla; el majestuoso Roque Nublo, donde paramos a ver cómo el Sol nos decía el último adiós de este día y daba paso a su compañera lejana, la Luna.

 

 

Ya en medio del ocaso, bajamos San Mateo dirección Las Palmas, para terminar sentados en una terraza, a orillas de la Playa de Las Canteras, donde aún no creíamos la experiencia y vivencia que habíamos disfrutado juntos.

 

Habían pasado muchos años, muchas ilusiones puestas en que llegara este momento. No sabíamos cómo, cuándo y dónde podía pasar, pero al final, lo que teníamos claro es que lo íbamos a terminar materializando de algún modo. Ahora sólo esperamos poder seguir compartiendo juntos de nuestra pasión y hacernos mayores, disfrutando como moteros y enteros.

 

En esta historia, como en la vida real, la velocidad no es buena y las cosas deberán llegar a su debido tiempo, ser pacientes y nunca perder la ilusión por ver cumplir nuestros sueños. Eso nos mantiene vivos. Los reencuentros, cuanto más deseados son, resultan más satisfactorios…  Por eso preferimos que el destino elija el momento.

 

Un relato de Eduardo García, corazón desmodrómico

 
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