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La melodía del Vespasión Canarias ofreció su recital en Gran Canaria

06 de Junio de 2018

La melodía del Vespasión Canarias ofreció su recital en Gran Canaria

Como si de un concierto para motos menores se tratara, la melodía Vespasión Canarias volvió a sonar con las notas acostumbradas. Amistad sin fronteras, familiaridad a raudales y ese misterioso encanto que atrapa las miradas.

 

Las Vespas son tan antiguas cómo los recuerdos. Tan clásicas, como el amor que sentimos por un perro fiel. Tan atractivas,  cómo el coqueteo de una primera novieta. ¿Qué tendrán estas sillas de montar que acercan el paisaje a los aromas de campiña y estaciones de primavera?

 

Setenta y cinco jinetes, armados con deseos de aventura y caprichos de caballeros, maqueaban sus monturas para la feria de abril de las Vespas. Una buena armada de Tenerife con los clásicos rotundos de la cita anual,  los palmeros y gomeros junto a la amplia representación canariona y las notas de color comunitario. Alemanes, italianos e ingleses. Así como amigos de Valencia, Soria y Zaragoza y del Moto club Pistón de Santander. Todos al unísono a disfrutar de las pasiones misteriosamente vinculadas.

 

Las Palmas de Gran Canaria recibió de tierna mañana las cortes vesperas que van a partir. Sensaciones y recuerdos. Pronto la fila impera nostalgias por las viejas rutas. La antigua recta los Tarahales, nos mete por Cuesta Blanca y Hoya Andrea para sacudirnos de la urbe cosmopolita que desaparece entre puentes colgantes y rincones urbanizados, donde antiguamente reinaban las plataneras.

 

Tenoya y los restos del túnel antiguo nos manda por la carretera a Trasmontaña y andar de nuevo este pasaje, es como entrar por la puerta de atrás a la ciudad de piedra y escalar callejones grises de adoquines con sonidos a cascos de mulas que suben a la montaña. Arucas desvía su mirada hacia el siglo veintiuno, atropellando su encanto tradicional y aquellas fuentes de piedra talladas ahora secas, no dicen nada..

 

Nos vamos para la costa por Pineda y Tres Barrios. Aún quedan vestigios de almacenes de empaquetados abandonados con las cunetas escalonadas. Y mansiones de gente rica muerta, que guardan espíritus de soledad entre las ruinas de las miserias. Abajo en la Charca de las Palomas, la espuma blanca salada hierve de burbujas las rocas en el mar de Bañaderos, las Vespas cogen resuello y estiradas, piden paso por desfile de colores y variedades.

 

 

Y por San Felipe giran al monte y entre Palmerales de oasis pintorescos recuperan la escalada hacia Moya. El camino que serpentea de muros blancos y cuelga del barranco de Azuaje, es un placer para los sentidos tumbar los juguetes del tiempo que son Vespas iluminadas en ese scalectrix de abismo, caras de sonrisas en el paseo y pronto llegamos a Firgas, para alegrar un pueblo que duerme a las faldas del bosque Doramas.. 

 

En Osorio damos buena cuenta del primer atracón comestible. Un diez al amigo Manolo del restaurante Los Chorros, que de profesión y buena mesa le van cayendo clientes motorizados y "el boca a oreja", funciona.

 

Rumbo al monte, a jugar con los alisios y las cosquillas de la niebla, a descubrir que la primavera todavía espera a cambiar las flores por frutos, el ritmo de paseo es una danza orquestada de armonía. Es el rito anual que cumple su promesa de buenaventura para las Vespas. En Pinos de Gáldar soleado, cambia de ritmo en leve descenso para volar cual parapente por el Monte Gusano. Ahí el paisaje es idílico, un trozo de la Gran Canaria que enamora. Paisaje de monte pelado y ovejas trasquiladas. Una razón alpina para vivir, una pincelada de amor del "De Heidi".

 

Recuperamos el Aliento en Piedra Molino, para desorillar las cumbres del barranco Hondo y subir de nuevo a los Garajes y al Volcán del Capitán, desde ese mirador nos emociona el frescor y la alegría invade la camaradería. Cruzamos las crestas del Montañón Negro y tras dejar el Parador Nacional de Tejeda cicatrizado de quemaduras. Remontamos al cruce de Cueva Grande y estiramos las patas encogidas del paseo, en las mesas de Ana lópez 

 

Último tobogán hasta Valsequillo por la Montaña de Troya y las Huertas de Sardina. Valsequillo recibe con silencio de gestación de almendras, los sonidos a "Pepitas" que caen rodando de las montañas. Satisfacciones y alegrías compartidas. Frío que sacude y nos mete de nuevo en los fogones. Y con las risas del monologuísta Saúl, nos mandan a las camas en los Lomitos de Correa. Un castillo solitario donde los gritos y risas no molestan al pueblo y fraguan el descanso de los jinetes.

 

 

El dominical fue una calca del día anterior. Valsequillo amaneció lleno de Vespas de colores como si la relentada de la noche, llenará de abejas las calles, esperando chupar más polen. Despertares diferentes y pasillos de ilusión en la partida. Las Vegas y las capotas nos mete entre retamas indias amarillas y olorosas, para drogarnos de sensaciones hasta el barranco Los Cernícalos y de Los Magullos a Telde, escapamos por los Picos y las miradas furtivas.

 

Rumbo al Señorío de San Sebastián. Esta vez atracamos el pueblo sin protocolos ni permisos, por una mañana que el guardia libraba. Aparcamos mal, rompimos el silencio de piedra y sacudidos con los sonidos del viento la oratoria de la misa. Estos "Gamberrillos" en Vespas, pensó el cura mirando al altar. Y una señal divina iluminó el eco en su pensamiento. ¡Ten pasión hijo!  ¡Vespasión dijo él! Con enfado paternal.

 

Guayadeque es la brutal cuesta a otro altar, escondido y agrietado entre las cumbres de Pajonales y Pasadilla. Invita a escalar descubriendo el tremendo fortín que amurallado de paredes nos llevan hasta el cielo. Arriba el recibimiento a la tropa es de puerto de primera, algunas Vespas llegaron extasiadas, sin aliento y soleadas.

 

Bartolito tiene 93 años, en sus manos y su mirada la nobleza y genialidad de haber tallado la montaña de las tierras. En el corazón de La Montaña esta su obra, que perdurará por los siglos. Guayadeque cuidará su tumba con la maestría tallada de la inmortalidad

 

Y nos tiramos cuesta abajo, en el último tobogán. Para meternos entre los olivos del Museo de Piedra, a saborear un final inminente. 

 

Gracias a tanta pasión por las Vespas, a tanta armonía orquestada, esta concentracción anual es patrimonio de mucha gente guapa que cree en sus sueños.

 

La Palma espera asustada, preparando el festín de otro cuento por escribir

 

Larga vida, Vespasión Canarias

 

Texto: Feli Santana

Fotos: Facebook de José A. Jorge

 
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