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Desayuno dominical de vozarrones amenazantes: “Las motos se respetan”

30 de Agosto de 2020

Desayuno dominical de vozarrones amenazantes: “Las motos se respetan”

Un relato de Feli Santana con fotos de Marcelino Ortega

 

Pedro Sosa fue uno de esos hombres que asustaban a los niños, por el tono de su voz. Enérgico, un tipo sin escrúpulos, que le vio las orejas al diablo desde chico. Trabajó en la tierra de “sol a sol”, como decía la gente antigua por el sobreesfuerzo.

 

Ya de "galletón", encarriló su vida en las labranzas, en los animales y pastoreo. Se casó joven. Y se fue a vivir al Lomo Peña, a una antigua casona de finca que el terrateniente le cedió como parte del jornal, por cuidarle los animales.

 

Era hombre empecinado, derecho y poco dado a las simpatías y “raleras”. Tuvo una casa de chiquillos grande, uno tras otro hasta 9 hijos, por ello, quizás, mantuvo el respeto, como principal arma de defensa ante tanta patrulla infantil. Su segunda arma era su voz. Fuerte. Enérgica, como la de un Sargento Primero. Bastaba un parón o un grito suyo para que temblara la tierra.

 

Cierto día que abandonó la Hoya Niebla para ir a visitar su familia, arriba en la Pepina, en el barrio de La Gavia, a casa del tío Miguel, porque de relance hacia alguna visita anual. En los años sesenta las únicas visitas que se contemplaban en la vida social y rural eran las familiares; entierros, bodas, misas, etc.

 

Adentro, entre la casa y la cueva de tosca de Miguelito Ramírez, aparcaba la Francis Barnett “caballo y cuarto”  con la que iba al mercado de Telde. La moto del abuelo, de la que tantas historias he contado, tenía un espacio privilegiado en el patio de la casa.

 

Periquillo, el hijo mayor de Pedro Sosa, era desinquieto, le gustaba curiosear y tocar, cuestión ésta, que alarmaba a su padre constantemente. Se acercó a la moto e intento subirse, con tan mala suerte que se le viró a un lado, cayendo encima unos seretos de higos y mercancía que tenía embalada para el mercado…

 

¡Para qué fue aquello cristiano!  Le metió dos vozarrones y, con la misma acción, lo levanto por un brazo para darle dos “tortas” de castigo. Fue entonces, con el chiquillo en el aire, colgado por una mano, dijo: “Foosshh. Coño. Este cabrón Se cago todo”.

 

Y es que, cristiano, hasta las tortas sobraron. Para cagarse “por las patas pa bajo”, en la época.

 

Más relatos de Feli Santana en rinconviejasglorias.blogspot.com

 
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