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Desayuno Dominical con Carlos Naranjo, “una vida entre motos”

08 de Noviembre de 2020

Desayuno Dominical con Carlos Naranjo, “una vida entre motos”

El amigo Carlos Naranjo, ha sido uno de los principales baluartes de la afición por el motorismo clásico y del destino familiar de dichas pasiones, hombre de experiencias mundanas, la vida le regalo una buena familia y ahora en su senectud, tiene la mirada atrapada en un pasado que descifra como el tiempo que se fue y allí en el museo de Oliver, su hijo, repasa las emociones que le produjo haber sido un motorista especial, probador de muchas máquinas y restaurador patriarcal de una generación de amantes de la motos clásicas y antiguas.

 

Nació en 1949 allá en el pago de Cueva Grande, municipio de San Mateo, tal vez por ello su “pollería” como todos los chavales de su época estuvo llena de (LM) licencias municipales. Aquellas motos que nos pasearon la juventud y nos llevaron a los bailes de salón, a las verbenas de los pueblos y a descubrir los municipios de la isla de Gran Canaria. Tener una de aquellas motos significaba poder descubrir otros ambientes, conocer otras latitudes geográficas o echarse novia más allá de las chicas del barrio, años más tarde se crió en San Roque, el barrio capitalino de Las Palmas.

 

Su primera moto fue una Torrot 50 que compró usada para limar sus primeras experiencias en las calles de la ciudad pronto estaba invirtiendo sus primeras 3.000 pesetas en una MV Augusta, que compró a Pepe Monzón y que acabó devolviendo al tercer día por decepción general con la susodicha una MV Agusta 50 “que no iba ni para atrás”, poca fuerza y pobre experiencia, pero la despachó y compró lo que sería su moto más rotunda. El Garelli o La Garelli, aún se identifica con el femenino o el masculino su nombre en el argot motorista.

 

El hecho que esta maravilla de moto italiana fue a ser la cabra indomada, que le llenó de cicatrices y experiencias accidentadas. Una tarde se le cruzó un gato negro y el verbo se hizo carne cañón, para darse el latigazo de su vida y el jodido gato no perdió ni una de las siete que le otorga la ficción.

 

 

Otra vez estaba aparcado delante el cine avellaneda en la capital, la puso en marcha con el cambio puesto y el manillar trancado y entró por la puerta el cine con el impulso. El acomodador le dijo que la siguiente función era a las cinco, “que aún era temprano”.

 

Trabajando en Rocar, en El Sebadal, una tarde, probando la moto del padrino, una DKW 125, le pasó lo que nadie desea. Después de sortear las calles traseras y más recónditas de la ciudad, para volver a San Roque, sin estar expuesto a multas, a la altura de la Iglesia en la bajada de San Nicolás, le cedió el paso a una guagua y seguidamente continuó, una señora cruzó la calle sin mirar y Carlos le coló la moto en medio sus piernas, tirándola al suelo, no pasó más que el susto, pero las miradas obscenas del barrio, le incriminaron y llamaron a la policía, se le cayó el mundo encima: “Al cuartelillo los dos”. 

 

¡La moto sin papeles! Él intentó hablar con el guardia para pedirle que cambiaba de moto pues tenía la otra asegurada y esta la estaba probando sin documentación, ni seguro. El policía de la época, fiel a sus principios receló y le intimidó con la cárcel por engaño e intento de soborno. Juicio rápido. Tuvo que andar veloz y mover hilos administrativos de cuñas y conocidos pudientes, para un acuerdo. El hecho es que lo soltaron en libertad y cuando salía del cuartelillo, el mismo policía le incriminó con lo de “tener tremenda cuña para salir en libertad tan rápido”. Y es que en aquellos tiempos había que hacer arreglos de honor y compensación por daños. El caso es que su padre D. Antonio Naranjo Martel, hombre serio, recto y buen vecino, tuvo que vender alguna vaca para el oportuno arreglo de honor con la afectada. Cosas de la época.

 

 

Luego llegaron las motos grandes y las visitas a museos y colecciones que acabaron alimentando su pasión. “Las Ariel, Norton, BSA” y todo el legado de marcas de cultivo que guardan, protegen y restauran en la familia Naranjo, como un bien cultural de trascendencia generacional.

 

Carlos Naranjo tiene anécdotas para llenar un libro en su vida junto a las motos. Con escasos setenta y un año va dejando paso a Oliver, en quien ha delegado su reinado. El de “las Ariel” y joyas de la corona inglesa, una de las mejores colecciones de las Islas Canarias en material anglosajón de valor exquisito. Pero además muchas marcas francesas y pequeñas cilindradas españolas e italianas, que han llenado el garaje de los sueños de cualquier apasionado a los hierros antiguos.

 

 

Sus nietos Alvarito y Albertillo ya se dejan ver por el taller del abuelo, para oír sus historias y que les cuente las emociones de viajar en moto. En aquellas motos legendarias sacadas de las enciclopedias que hoy gozan de un espacio real en los bajos de su casa. Esas que alimentaron y orgullecieron su vida como ejemplo de conservación y restauración para valía de culto del patrimonio nacional en nuestras queridas islas Canarias.

 

Un relato de Feli Santana

 
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