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El semáforo rojo, amarillo, verde, y el valor del tiempo

25 de Enero de 2011

Jordi Gosálbez nos avisa de la existencia de semáforos tan curiosos como este que vemos en la imagen, un semáforo diseñado por Thanva Tivawong que incorpora un temporizador en forma de reloj de arena que muestra el pasar del tiempo mientras nos plantamos ante el invento para disfrutar de las posibilidades que nos dan los leds aplicados a la señalización de nuestras calles.

 

Quizá lo que más sorprende de este semáforo de arena es la forma del reloj, está bien conseguido y casi es un elemento pseudo-geek como lo podría ser un vaso que te dice en binario cuánta agua te queda por beber. Sin embargo, lo que más llama mi atención es el reloj en sí mismo; quiero decir, que haya un reloj dentro de un semáforo. Ahora me diréis que hay varios modelos instalados por las calles, y que es algo útil y tal, pero… sí, tengo mis peros.

 

Años ha llevé a cabo un experimento semafórico patillero pero ilustrativo. Harto de que se me cerrasen los semáforos en las narices, harto de ponerme nervioso por el precioso tiempo que iba a perder mientras el semáforo estaba en rojo, harto de ver que no había ningún coche en kilómetros a la redonda y que sin embargo yo estaba allí mirando las musarañas… me dio por cronometrar el tiempo que pasaba entre que el semáforo se ponía en rojo y que volvía a darme paso.

 

30 segundos. Ese fue el tiempo que esperé hasta que se encendió la luz verde. En el siguiente semáforo que tuve que detenerme hice lo mismo. Creo recordar que fueron 30 o 40 segundos más. Y así fui completando mi ruta habitual, comprendiendo que no es tanto el tiempo que pasamos detenidos en un semáforo como la sensación de no estar haciendo nada, que contrasta con la movilidad que tenemos mientras vamos por ahí con el vehículo.

 

Hombre, también hay excepciones. Conocí durante años un semáforo que hasta tenía un panel complementario que decía: “Tiempo máximo de espera: ocho minutos”. Así, tal y como suena. Hoy aquel semáforo es, cómo no, una rotonda enorme, pero todavía hay cruces en los que tienes que esperar más de lo normal. A diario paso más de 15 veces por uno que dura un minuto y medio.

 

Si eso es así, parecería ilógico que me negase a saber el tiempo que me queda hasta consumir la fase roja del semáforo. ¿Dónde encuentro el pero, entonces? Ahora mismo voy a eso. Una de las cosas que más me llama la atención de los alumnos de coche que están hechos a moverse en ciclomotor es la absoluta falta de paciencia que tienen cuando yendo conmigo se les pone un semáforo en rojo. Están tan acostumbrados, y así me lo dicen una y otra vez, a moverse sin parar que pedirles unos segundos de detención se les hace todo un mundo. Y, de hecho, el esquema que explica el funcionamiento de este semáforo no hace sino incidir en este comportamiento.

 

¿Qué culpa tiene el semáforo en que la gente no tenga espera? Quizá ninguna, pero el modo de empleo tampoco me tranquiliza demasiado. Voy con un ejemplo más. Tengo en el camino hacia el trabajo un semáforo de leds que muestra el tiempo que le queda al peatón para cruzar la calle. Es una muy buena idea, diréis, ya que si yo sé que todavía me quedan 15 segundos para cruzar una ancha avenida no me lo tomaré igual que si sé que sólo me quedan cinco.

 

Cierto. Pero, ¿qué observo yo cada vez que me toca ver la cuenta atrás del semáforo peatonal? Que cuando faltan tres o cuatro segundos para el cierre, los embragues de los coches vecinos ya friccionan y la gente se pone en movimiento de la misma manera que en ciudades como Barcelona muchos conductores reanudan la marcha al ver que el señor de verde parpadea con nerviosismo antes de pasarle el testigo a su impertérrito vecino rojo de arriba.

 

Es decir, que como tantas veces se ha dicho lo relevante no es la tecnología, sino el uso que se haga de ella, aunque en señalizaciones como esta del reloj de arena veo más incitaciones a la modalidad olímpica del salto de semáforo que otra cosa. En cualquier caso, y si de lo que se trata es de semáforos curiosos, yo me quedo con el del chileno Roberto Vackflores, de CRAB Diseño Industria, que al menos se puede emplear para algo más que transformar la circulación en una prueba contrarreloj, tal y como se puede ver en este vídeo.

 

Extraordinaria visibilidad, amplio seguimiento del tráfico, férreo control de la velocidad de paso, eficaz monitorización del tránsito de peatones, ágil comunicación con los vehículos de emergencias… Este semáforo está preparado para cualquier contingencia, desde luego. ¿Qué más podemos pedir? Ah, sí, que todo el mundo respete el color de la luz que muestra el semáforo, pero para eso no es necesaria tanta tecnología sino el simple y llano sentido común de las personas.

 
 
Fuentes de la noticia

www.circulaseguro.com

 
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