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EL GRAN VIAJE: UNA MOTO, 7 AÑOS, 44 PAISES, 4 CONTINENTES Y 280.000 Km

 

¿Qué amante de la adrenalina y los viajes no ha soñado alguna vez en la vida con eso de dar la vuelta al mundo en moto? Un pensamiento bonito pero que, en la mayoría de los casos, acaba siendo utópico debido a las dificultades y peligros que se pueden presentar a lo largo del recorrido, lo que hace que en la práctica totalidad de los intentos, se quede en un simple sueño.

 

No es el caso de Fernando Valsesia, un trotamundos que hace algunos años, cuando residía en Ingenio (Gran Canaria) decidió invertir todo su patrimonio (unos 1.500 títeres) en la compra de Elisa, la Honda ST 1100 Paneuropean del 93 (GC-3007-BB) con 12.000 km que le acompañó en su aventura de dar la vuelta al mundo y que aún tiene por delante el desafío de regresar a Canarias. Y es que la pasión por viajar en moto y el espíritu aventurero de explorar remotos rincones es el nexo que unió a Fernando con "Elisa" y a ambos con Canarias, el punto de partida de "El Gran Viaje".

 

La moto conserva la documentación original de Canarias

 

Fernando reside desde hace 11 años en Argentina por problemas de salud familiar pero siente que le queda una especie de deuda pendiente con respecto a la culminación de este “Gran viaje”. Por eso quiere que, al menos su infatigable compañera de aventuras "Elisa", retornara a Canarias y estuviera con alguien o alguna entidad, como podría ser un “moto club” donde se la pueda exhibir junto a documentación e imágenes del viaje. "También, si lo desearan, poder usarla ya que la moto se encuentra en perfecto estado de funcionamiento", asegura el motoviajero argentino, que reconoce, no sin cierta pena, que "no cuento con los medios para cruzar el océano con ella, pero estaría dispuesto a venderla para que de algún modo esta historia continúe viva".

 

ELISA EN SU ESTADO ACTUAL: Honda ST 1100 Paneuropean del 93

 

 

Datos de contacto para los interesados:

Fernando Sergio Valsesia

(+54) 911 6578 6817

fer.valsesia@gmail.com

 

 

Fernanado nos cuenta, a grandes rasgos, la historia de un viaje alrededor del mundo

 

Hay quienes creen que vivimos dos vidas paralelas, una es la que conocemos y la otra… son nuestros sueños.

 

Los siguientes relatos cuentan la historia de un sueño que me acompañó desde mi infancia, al cual cierta magia y el tiempo convertirían en realidad. Y si en algún momento de este relato, notan que me refiero a una moto como si fuera otra persona, no es que me volví loco, es que simplemente… suelo hablar con ella.

 

De chico soñaba con dar la vuelta al mundo y conocer la geografía de nuestro planeta desde una moto. Fui creciendo con aquella idea fija dentro de mi cabeza y al mismo tiempo el entorno social económico parecía querer convencerme de que aquel era… “un sueño imposible”. Contaba con muy escasos recursos… y sin demasiadas ideas para generarlos. Esto me colocaba siempre lejos de cualquier intento de realización. El dinero parecía ser la llave de un “Mundo” imposible de alcanzar. No obstante aquel sueño continuaba creciendo conmigo como una obsesión.

 

Ya había crecido “un poco”. Tenía 28 años y después de algunas experiencias difíciles como inmigrante, en junio de 1995, el destino me regalaba un verano en el que el valor y la determinación me embarcarían en el comienzo del viaje que siempre había soñado. Un viaje en el que mi imaginación, a pesar de todos aquellos sueños, jamás me hubiera podido mostrar la magia en la que éste me iría envolviendo.

 

Para entonces vivía en Carrizal de Ingenio, un pequeño pueblo a media altura del macizo montañoso que forma la isla de Gran Canaria, en España.

 

Pero parecía que aquella obsesión “no se iría a entender nunca con mi bolsillo”. No obstante, una energía que dominaba, me indicaba que era hora de dar otro salto, “uno de esos saltos importantes que uno suele dar en la vida”. En aquel momento sólo contaba con 15.000.- pesetas (unos 105 dólares) pero… ya había conseguido hacerme con el “arma del guerrero”, “la nave”. Se trataba de “Elisa”, una poderosa moto con 100CV de potencia que había comprado de segunda mano. Aquel bólido pasaría a ser la máquina que proyectaría y materializaría mis sueños de viaje y espontáneamente sentí que era el momento de partir.

 

 

Fue así como aquel soleado día 28, curiosamente, coincidiendo con mi edad, a eso de las diez de la mañana junté coraje y monté mi flamante caballo de hierro. Respiré más hondo que nunca, encendí el motor y me dejé llevar por la inercia y el viento montaña abajo. Casi jadeando de la emoción y el miedo a lo desconocido pilotée algo tenso aquellos primeros 33 km que me llevarían hasta el puerto de Las Palmas de Gran Canarias, donde embarcaríamos hacia la península Ibérica.

 

de algún modo, todos llevamos sueños dentro de nosotros

 

Dos días y tres noches de Océano Atlántico nos acercaron a las rampas del puerto de Cádiz donde, con “Elisa” me soltaba al asfalto por tierras peninsulares españolas dejándome llevar por el más metro instinto. En mi preciado equipaje llevaba tres herramientas esenciales que todo viajero precisa para superar cualquier obstáculo y alcanzar la meta (entusiasmo, naturalidad ante cualquier situación y una sonrisa)

 

Sin que yo lo supiera, el futuro me estaba reservando casi ocho años de viaje, 280.000 km de caminos y paisajes de todo tipo y a medida que el tiempo pasaba, sin entender bien cómo, me iría sumergiendo dentro de mi propio sueño de aventuras.

 

También contaba con un don particular. Se trataba de cierta habilidad manual, por lo cual no me resultaría difícil dedicarme a la artesanía como medio de supervivencia, cosa que estaba también en mis planes, dado que en la isla ya me ganaba la vida como vendedor ambulante en los mercadillos de los pueblos. Mientras tanto, en contacto con otros artesanos había aprendido el arte de escribir nombres o palabras sobre un grano de arroz, el cual colocaba dentro de un pequeño contenedor de vidrio, transformando esto en un singular collar. Vendiendo en ferias y ambientes turísticos recorrí España, Gibraltar, Portugal, Andorra, Francia, Inglaterra, Suiza, Italia y Grecia.

 

 

Durante aquellos primeros meses, si bien todavía me encontraba relativamente cómodo en cuanto al ámbito social cultural, lo difícil era conseguir dinero y adaptarme al nomadismo.

 

Como es de imaginar, durante un viaje tan largo viviría hechos y situaciones inesperadas. Pronto, en Portugal, una colisión con un auto hizo que terminara en el hospital con mi rodilla izquierda abierta. En aquel coche viajaba una familia de nueve gitanos entre hombres, mujeres y niños que cuando me vieron tirado en el suelo con mi equipaje desparramado por la carretera, en vez de socorrerme, comenzaron a juntar mis pertenencias y guardarlas en su auto... ¡Esos hijos de “P” me estaban robando!

 

 

Para mi suerte, apareció la policía que puso las cosas en su lugar.

 

Todavía estaba viajando por Europa y comenzaba a presentir que atravesar Asia dependería de una actitud firme y determinada, pues sabía que de Estambul hacia Oriente me encontraría con un mundo mucho más hostil y árido en todos los sentidos.

 

Ya viajando por las islas del Mar Egeo y aprovechando mi proximidad a los “Dioses de la mitología griega”, en una oportunidad, mientras me encontraba en la isla de Paros miré al cielo e hice un pacto con “Zeus” pidiéndole fuerzas, valor y sapiencia como para alcanzar y explorar los horizontes de los confines de La Tierra. A cambio y como ofrenda yo estaría dispuesto a entregarle mi “máquina de soñar” y hasta mi propia vida.

 

A estas alturas ya había entendido que a “La Parca” también le gusta viajar y que en algún momento se me podría cruzar por ahí queriéndome llevar a recorrer otros mundos.

 

 

Acepté el reto y poco a poco me vi envuelto por el exotismo de nuevas culturas y países. A partir de oriente medio el viaje se tornó algo más estresante y peligroso ya que las únicas vías de acceso que podía usar desde Turquía hacia la frontera con Irán me obligaban a atravesar la región Kurda en plena guerra civil. En tales circunstancias tuve mi primer encuentro consciente con la muerte… que me seguía de cerca. Hombres armados me detenían en el camino para interrogarme sin que termináramos de entendernos en algún idioma común. Tampoco yo sabía diferenciar o identificar quienes podrían ser “los buenos” o “los malos”.

 

En dichas circunstancias, debía atravesar una vasta árida región y en aquellos desiertos podrían haberme hecho desaparecer sin que nunca nadie se hubiese enterado cuáles habrían podido ser mis últimos kilómetros recorridos.

 

Con algunos problemas debidos a la falta de cierta documentación específica para la moto, conseguí pasar ilegalmente al país vecino, Irán, y en esas condiciones llegué también a Pakistán, en pleno proceso de conflictos político-sociales. En el país escuela de los talibanes los pakistaníes se alzaban en revolución como respuesta a los escándalos de corrupción de su primera ministro Benazir Bhutto. Civiles en contra del gobierno un par de veces intentaron darme caza a pedradas. Otro par de veces también escuchábamos los disparos de armas de fuego ante mi negativa de detenerme cuando en algún improvisado “check-point” me hacían señas para que parase y no lo hacía. Digo escuchábamos porque en este punto me encontraba viajando con un soldado pakistaní en la grupa, pero eso es algo que les contaré más adelante. 

 

 

Bajo ciertas circunstancias reconozco que actuaba casi por mero instinto, así que me aproximaba disminuyendo la marcha de la moto como mostrando acatar la orden de detención y ya casi llegando al punto de contacto… clavaba la segunda y aceleraba a fondo. Cuando escuchaba los disparos ya había recorrido varios metros y en aquellos caminos polvorientos, nunca pude darme el lujo de mirar hacia atrás para ver si realmente intentaban derribarnos o si disparaban al aire intimidatoriamente para que me detuviera. Sólo escondía la cabeza lo más abajo posible, dándole gas al maravilloso motor de mi salvadora.

 

En la frontera de India, por los mismos problemas de documentación finalmente Elisa fue incautada por las autoridades fronterizas. Entonces me vi obligado a llegar a Delhi en tren, donde un accidente casi fatal por poco me impide contarles esta historia. Mientras me desplazaba en un pequeño taxi de tres ruedas al que llaman “rickshaw” hacia la embajada Argentina fui embestido por un ómnibus y nuevamente fui a parar al hospital, esta vez con dos costillas rotas.

 

Después de mi recuperación y la de Elisa, siguió Bangladesh y entonces era yo quien atropellaba a un transeúnte. Más adelante, la guerra de Myanmar me obligó a hacer un puente aéreo para poder llegar a Tailandia. Aquel vuelo inesperado y obligatorio consumió mis últimas reservas de dinero, obligándome a dejar la moto en Bangkok y volar a Japón en busca de trabajo. Allí pasé tres meses vendiendo bijouterie en plata trabajando para dos jefes... uno judío y el otro alemán, con quienes a su vez entablamos una gran amistad.

 

 

el mundo es como una moto... no tiene techo

 

Con el correr del tiempo aquel sueño iba cobrando más y más realismo, así como también popularidad. Mi aspecto físico y rostro curtido por el viento, mis ropas desgastadas y hasta la propia apariencia de moto bien rodada de Elisa, de la cual colgaban amuletos y recuerdos que la gente nos ofrecía, se fueron tornando cada vez más genuinos, Todo esto transmitía sin palabras, a quienes simplemente nos veían pasar, la energía de un viaje fantástico. Los diferentes medios de comunicación de los países que iba atravesando hacían cada vez más notorio mi paso y así fui ganando cierta popularidad. Esto se reflejaba en el afecto y la hospitalidad de muchos que quizá veían en aquel extranjero de los periódicos o el noticiero de la tele (un poco loco quizá), encarnados sus propios sueños de viajes y aventuras.

 

A tal punto iban surgiendo invitaciones para permanecer en casas y hasta en algunos hoteles. También comida, repuestos y servicios de mantenimiento para Elisa, pasajes o descuentos para transportarme por aire o por mar cuando los continentes se acababan o algún país en guerra cerraba sus fronteras.

 

Sin darme cuenta los años iban pasando y yo estaba verdaderamente viviendo mi sueño, donde la magia del viaje en sí me proporcionaba experiencias increíbles, muchas veces como si me encontrara dentro de una película de aventuras, romance, suspenso, guerra y acción... todo al mismo tiempo.

 

 

Después de Tailandia recorrí Laos, Vietnam, Malasia, Singapur, Indonesia, Australia, Nueva Zelanda y América, uniendo los extremos del continente, desde Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, hasta Deadhorse - Prudhoe Bay, en el Océano Ártico al norte de Alaska.

 

Mi vida ya no era ni sería jamás la que había sido. Ya no vivía en ningún lugar, tenía una casa con forma de moto y un balcón que daba al mundo. Desde mi sofá móvil lo veía todo, solo era cuestión de girar la cabeza un poco.

 

Hoy creo que los sueños son reales, donde el “Gran Viaje” es la vida misma y el mundo es como una moto... no tiene techo. Desde que nacemos, montados en él vemos el cielo y nos pega el viento en la cara mientras vamos recorriendo el cosmos en un viaje que no tiene fin.

 

 

Datos, anécdotas y agradecimientos

 

Con mi agradecimiento especial a todas las personas que de un modo u otro participaron de mis de sueños de viajes y aventuras. Sueños que todos llevamos dentro de algún modo.

 

Mi viaje en moto por cuatro continentes, que duró siete años, decidí titularlo como “EL GRAN VIAJE” y dedicárselo a mis padres. Hasta entonces, mi experiencia en viajes era bastante limitada; de no más de dos meses y alguna que otra pequeña hazaña, como cruzar la Cordillera de Los Andes desde Argentina a Chile caminando. Nada parecido a lo que me proponía. Mi compañera de viaje por los cinco continentes, una HONDA ST 1100 - Pan European de 1993, bautizada con el nombre de Elisa, en honor al nombre de mis padres... Elio e Isabel.

 

Fernando llegó a Gran Canaria con sólo un pasaje de avión sin retorno, US$100. Con aquellos US$100 y con la habilidad que había adquirido como vendedor ambulante, decidí emprender El Gran Viaje confiando en mis propias ganas de “hacer camino al andar”.

 

 

No sabía hablar otro idioma más que el español y esto seria otra dificultad que debía afrontar.

 

No podía transportar muchos títeres ni demasiados otros objetos de venta con mi equipaje, así que desde el comienzo comencé a dedicarme a escribir nombres en un grano de arroz, el cual introducía dentro de una cápsula de vidrio con glicerina, le colocaba una pequeña tapa de goma y otra de metal con una argolla, por la que pasaba un cordón y convertía a este artilugio en un collar. 

 

Con el correr del tiempo y los kilómetros iría descubriendo que esta aventura no dependía solo de mí  y de mis esfuerzos.

 

De un modo inexplicable una especie de energía me acompañaría cubriéndome las espaldas y ayudándome a resolver las situaciones más complicadas que puedan imaginar. Aquella energía se convertiría muchas veces en personas relacionadas con diferentes entidades y pequeñas o grandes empresas como Pirelli Tyres, que desde Alemania me tendieron una mano con neumáticos. Así también la misma energía surgía de la gente común de los diferentes estratos sociales y culturas que de un modo u otro me brindaban su apoyo, ayudándome y alentándome a seguir adelante con este sueño.

 

 

Fueron 280.000 kilómetros de caminos de todo tipo y en circunstancias muchas veces adversas, donde con mi compañera inseparable, me vi involucrado en situaciones sociales y políticas verdaderamente peligrosas.

 

21.000 litros de combustible, 20 neumáticos para la rueda trasera y 14 para la de adelante, 224 litros de aceite y algunos accesorios para el mantenimiento del vehículo, fueron parte de los gastos que hubo que asumir. A esto hay que agregarle la comida, el hospedaje, las veces que hubo que transportar la moto en barco o en avión, ya sea de un país a otro o de un continente a otro más el coste de los múltiples permisos y documentos aduaneros que hubo que realizar.

 

Me tocó atravesar terrenos hostiles como la región de Curdistán en un triangulo de verdadera actividad bélica ubicado entre El Líbano, Irán y Turquía, donde prácticamente no podía detenerme más que para cargar combustible a mi “nave”, comer algo liviano, beber agua y seguir rodando para intentar salir de la zona de fuego.

 

 

Vehículos militares con hombres armados me detuvieron varias veces en el medio de la nada pidiéndome el pasaporte. Siempre comenzaban preguntándome de manera hostil si yo era “americano” (estadounidense). Me solían apuntar al pecho con algún arma larga mientras me interrogaban…

 

 - ¿¡americaní!, ¡americní!?

 

De manera sorprendente, al ver en mi pasaporte que yo era argentino, esa actitud agresiva y autoritaria de soldados o civiles, cambiaba automáticamente a la vez que sus rostros curtidos y duros se transformaban con gestos de amistad y sonrisas. Aquellos hombres de sonrisas, muchas de ellas sin dientes, asociaban de inmediato mi nacionalidad con un compatriota cuya fama ya había trascendido las fronteras más lejanas que yo habría podido imaginar. Ni bien descubrían que yo era argentino gritaban señalándome con sus manos o alguna de sus armas...

 

-¡arguentiní!, ¡arguentiní!...¡Maradoná!, ¡Maradoná!

 

Entonces, ya más tranquilos, me daban direcciones para que me moviera con velocidad hacia Irán, intentando salir de la zona de guerra. Muchas vece también me convidaban con té sentados en alguna alfombra en el medio del desierto.

 

 

También me toco vivir una verdadera revolución civil en Pakistán, donde la gente armada salió a las calles y caminos manifestándose por problemas políticos relacionados con la conocida primer ministro Benazir Bhutto. Yo debía llegar de un modo u otro a Islamabad (capital del país) donde me esperaban en la embajada Argentina para darme refugio mientras las cosas se calmaban, pero cortadas las carreteras y toda vía de acceso a la ciudad, complicaba las cosas. Esta situación sumada a la falta de un documento indispensable solicitado por las autoridades aduaneras de casi todos los países asiáticos para atravesar su territorio (CARNET DE PASSAGE EN DUANE), me ocasionaría grandes problemas que involucraron mi detención y la confiscación de la moto. Al mismo tiempo se designaba la custodia permanente de un soldado pakistaní armado con el que debería proseguir mi viaje llevándolo conmigo en la moto. Éste debía escoltarme hasta la frontera y tenia orden de no devolverme el pasaporte hasta asegurarse de mi expulsión de Pakistán hacia La India. En definitiva tuve que atravesar el país entero con un soldado pakistaní viajando en mi moto totalmente privado de mi libertad.

 

Cuando las autoridades tomaron la decisión de que abandonara el país bajo la custodia de aquel soldado, tuve que deshacerme de parte de mi equipaje para hacerle sitio a aquel no deseado tripulante.    

 

 

Fueron 12 días de terror donde se sustituyeron dos soldados, con quienes me vi obligado a convivir sin poder separarme de los mismos durante nuestro trayecto hacia La India.

 

Caminos de tierra, arena, piedras y pozos que no se como la moto pudo resistir con tanto peso sin partirse por la mitad. Gente en revolución que por momentos intentaron darnos caza con palos y piedras e incluso disparándonos. Tuvimos un par de escapadas a campo traviesa y caídas. En una de ellas con el pie roto de mi “pobre” segundo acompañante, el cual a pesar de que no me perdía el rastro, era una buena persona que le tenía pánico a la moto y lo que menos quería es estar allí conmigo. Pocos quilómetros antes de llegar a Islamabad por la ruta o camino principal, después de una increíble escapada entre piedras, palos y todo tipo de objetos que un grupo de manifestantes comenzó a arrojarnos corriendo hacia nosotros intentando darnos caza, con la ayuda de un taxista que nos guio, conseguimos escapar por un camino de tierra alternativo y así llegar a la capital de Pakistán. Fui refugiado en la Embajada Argentina durante cuatro días mientras que al mismo tiempo me afectaba una infección intestinal que me haría perder un par de kilos.

 

La situación social se fue calmando y días más tarde pudimos proseguir nuestra marcha y llegar a la frontera con La India.

 

 

Allí comenzaban nuevos problemas que incluyeron nuevamente la confiscación definitiva de Elisa hasta que no presentara aquel documento (CARNET DE PASSAGE EN DOUANE), para lo cual me dieron un tiempo límite de dos meses. Pero... en aquel momento yo no sabia que horas mas tarde me estaría arrollando un autobús mientras me desplazaba en una pequeña motoneta taxi de tres ruedas en New Delly, mientras que me dirigía nuevamente  hacia la Embajada Argentina en busca de ayuda para recuperar la moto.

 

Un mes y medio más tarde y ya repuesto del accidente conseguía recuperar la moto y continuar viajando por el resto del sud este asiático hasta llegar a Tailandia, donde me quedaría casi sin dinero y desde donde con mis últimos U$S 300 decidí volar a Japón, esta vez sin mi compañera. Allí descubriría otro nuevo mundo donde me tuve que espabilar si quería salir adelante.  Aprender algo de japonés era esencial, ya que me dedique nuevamente a la venta ambulante, esta vez de joyería hecha en plata, la cual vendía para otras personas que me pagaban una comisión por mis ventas.

 

 

En Japón permanecí durante tres meses y regrese a Tailandia, desde donde continué viajando por Laos, Vietnam, Malasia e Indonesia. Algunos meses más tarde llegaba a Australia; otro nuevo mundo, donde todo comenzaba a tener mayor similitud con mi propia cultura. En Australia, casi nueve meses de trabajo, viaje, un kidney stone (piedra en el riñón) y 28.000 Km. fueron el resumen de aquel inmenso y salvaje país de buenos recuerdos, donde HONDA S.A. me daba una primera mano mediante la asistencia gratuita de Elisa durante mi recorrido en aquel país. Del mismo modo PIRELLI TYRES, desde Alemania volvía a organizar la reposición de nuevos neumáticos.

 

También por primera vez una empresa de transportes aéreos quiso hacer oído a mis necesidades. Así que AEROLINEAS ARGENTINAS volaba gratis la moto hasta New Zealand, donde permanecí durante tres meses también fantásticos y desde donde dimos el último gran salto continental hacia Sudamérica.

 

Nuevas historias y vivencias me acompañarían por los 82.447 km recorridos por el continente americano en mi afán de unir los extremos del mismo, desde Ushuaia en el final de la Carretera Panamericana en la provincia de Tierra del Fuego - Argentina, hasta su otro extremo… Deadhorse, Prudhoe Bay, Alaska, EEUU.

 

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