¡Adelante! Me dijo Roberto del Rosario, el Director de Carrera de la VIII Subida Montaña Alta. Metí primera en la CB1100R del Olga Racing que por la mañana había recogido en el búnker de Fili Leal, y comencé a subir marchas y a quedarme suspendido en la evocadora emoción de disfrutar de una carretera entera para mi, con la seguridad de que no viniera nadie en sentido contrario, disfrutando del sonido del escape al hilvanar marchas, apurando al máximo las posibilidades de unos lamentables frenos que eran lo mejor hace 35 años y unos neumáticos que reclaman a gritos más carreteras de curvas. Y así, disfrutando del empuje de una mecánica Honda redonda, que no desentona en la época actual, sin más sorpresa que la de los flashes de las cámaras en las curvas y el grito de algún aficionado, me planté en la meta de Montaña Alta, satisfecho por la experiencia pero lamentando que no hubiera durado más... ¿Se puede repetir?

Gracias a la invitación de Fili Leal, que me prestó una de las joyas del Olga Racing, y los miembros del Club de Pilotos Veteranos de Gran Canaria (Motociclismo Canario), capitaneados en esta ocasión por Toni Cabrera y Pedro Morales, hoy he vivido una experiencia, no olvidada, porque yo nunca la viví, pero sí añorada, de aquellas carreras de antes trasladadas al presente, con menos olor a aceite Castrol TTS y, seguramente, con menos aficionados en las cunetas.

Sólo el hecho de poder rememorar aquellos tiempos en los que los apellidos Herrera, Artigas o Bolaños eran aclamados por los aficionados al verlos a pasar rozando las balas de paja ha merecido la pena. Una época que para los más jóvenes representan hoy día una prehistoria del motociclismo, que sin embargo y por inverosímil que resulte, seguro que si se hicieran hoy en día, contarían con un gran número de participantes.

Gracias a la invitación del CD. Azuatil y el Ayuntamiento de Guía, veintitrés veteranos pilotos, muchos de ellos auténticos protagonistas de aquellas subidas en cuesta, han participado, en modo exhibición, en la VIII Subida Montaña Alta, que se ha celebrado esta mañana sobre un tramo de 5,1 kilómetros de recorrido, con salida en Lomo Betancor y meta en el punto kilométrico 11,6, siempre en la carretera GC-70.

Aquellas eran carreras, a veces tan provisionales que rayaban incluso en la misma clandestinidad, en las todo lo movía la pasión por las dos ruedas. Una época, feliz para la mayoría, en la que no existían los circuitos, con sus pianos y escapatorias de seguridad, tan sólo balas de paja, neumáticos viejos o sacos de tierra. Carreras entre aceras y farolas, en las zonas industriales, o las más deseadas, subidas en cuesta, con coches y furgones en cada curva, con tenderetes y olor a carne a la brasa en los improvisados asaderos. 

Eran tiempos más humildes pero también más auténticos. En la carretera, además de a chuletas, olía a aceite de ricino o Castrol 747, los monos de cuero eran de colores neutros y los carburadores hacían de las suyas sensibles a los cambios de altura. El sonido de los tubarros no estaba tan filtrado como hoy en día. Las motos pasaban rozando al público que, enfervorizado, disfrutaba coreando el nombre de su piloto preferido; protagonistas sobre el asfalto que lucían unas envidiables cabelleras que hoy han dado paso a otra estética "más elegante".

Actualmente, en países como Italia, aflora un resurgimiento de este tipo de carreras y, si bien hay que ser conscientes del riesgo que suponen los abismos acechando en los márgenes en forma de guardarrailes, paredes de roca o mojones de piedra a escasos centímetros del piloto, seguro que más de uno se animaría a hacer una Subida a Los Marteles, Los Loros o la propia Montaña Alta. ¿O estamos equivocados?