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La mayor aventura de mi vida. Un relato de Víctor Rubio27 de Mayo de 2018
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"Enganchado ya como un perro..." El enduro es una disciplina adictiva, y si no que se lo pregunten a Víctor Rubio, el responsable de formación de FEMEPA.
Ayer pude disfrutar de una de las experiencias deportivas más intensas de mi vida. Llevaba casi diez años persiguiendo este momento, al final se alinearon los astros y gracias a mi amigo Paulino, por fin el sueño pudo hacerse realidad.
Cuando llegué al punto de encuentro estaba Paulino y Pedro de Valsebike esperándome para comer. Pedro me dijo: “si eres motero, te gusta la montaña, haces MTB, carreras de ultrafondo, y te gusta la aventura, son los ingredientes perfectos para que te enganches como un perro, jajajajaja” se reía.
Nos dimos un buen homenaje comiendo para coger fuerzas. Paulino me enseñó las motos que íbamos a llevar, unas flamantes e imponentes KTM 350cc. Nos pusimos las protecciones y salimos a descubrir un mundo nuevo.
Estaba nervioso de la emoción, en la gasolinera me sentía muy torpe con esa indumentaria tan aparatosa. Unas botas tan rígidas que no sentía el tacto de los cambios y el freno trasero, unas protecciones de canilla-rodilla que me apretaban en las espinillas, y un pilotaje nuevo en una moto super alta que rugía como un león amenazante.
Salimos rodando por el Cruce de Melenara, unos caminos de tierra que ya conocía por haber ido con la bici entrenando Fudenas. La relación de cambios era muy corta, y no sabía si ir de pie o sentado. Nos metimos por caminos muy arenosos hasta que llegamos a una rampa vertical de unos 4 metros. Paulino paró la moto y me dijo “fíjate bien y haz lo mismo que yo”. Yo lo vi subir y se me puso un nudo en la garganta, pero dije, esta es mi oportunidad y tengo que intentarlo, así que aceleré, respiré hondo y allá que fui a encarar esa rampa, y zasss, subí como un ampeón. Jajajajaja estaba sudando como nunca, pero esa subida me dio confianza para seguir con ilusión.
Fuimos por veredas y caminos polvorientos, me tuve que alejar de mi compañero para poder ver bien el terreno. Cruzamos por La Garita y Alcampo, y nos fuimos hacia el CC Las Terrazas por el camino paralelo a la autopista. Yo iba tanteando los frenos, los cambios, ir de pie y sentado, y llegamos bajo el puente del Centro Comercial y Paulino me dijo: “te veo bien, vamos a llegar a la cumbre” y salimos subiendo el barranco a buen ritmo.
Iba alternando posiciones en la moto, y empecé a flipar al ver que la maravillosa máquina que llevaba bajo mis pies se comportaba excelentemente por esos caminos de tierra. Llegamos al puente de los 7 ojos, cogimos un tramo de carretera por el caserío de Tara y pronto volvimos a conectar con un tramo de tierra.
El terreno se iba complicando cada vez más, había tierra suelta, picón, caminos estrechos y algunas motos que nos cruzamos en el camino también disfrutando de este impresionante deporte. Nos encaramos con varias rampas verticales que superé sin problema gracias a la confianza de haber superado la anterior.
Seguimos por caminos sinuosos, pero de nuevo llegamos a una subida muy vertical en curva y con muchos surcos con picón. Buffff, de nuevo otro nudo en la garganta. Paulino me dijo, “sube en segunda o tercera, mantén la inercia, juega con el acelerador y embrague y confía en ti”… ¡¡madre mía!! Él subió perfectamente, así que esperé un poco y me dispuse a subir, y a mitad del recorrido perdí la confianza porque la moto me derrapó y zasssss, al suelo en medio de la subida…jajajajajaja. En ese momento tensión máxima, y dije, ¿y ahora como salgo de aquí? Jajajajaja pues nada, había que salir y bajé como pude hasta volver a encarar la subida. Vi subir unos chicos que pasaban con unas motos y dije, si ellos subieron, yo también, así que respiré profundo y subí hasta arriba sin problema.
Esa subida me dio un subidón de endorfinas brutal y gritando de alegría seguimos nuestro camino. Paulino en su afán de estimular mi aprendizaje me dijo: “si subes esta cuesta, ya puedes ir a cualquier sitio” era una cuesta de unos 150 metros, en curva de izquierda, con un trazado de puro picón. Jajajajaja, me reía por no llorar. El subió con mucha pericia y volvió a bajar y me dijo: “es tu turno, te doy dos oportunidades”. Así que me preparé y encaré tremenda subida con mucho entusiasmo, pero cuando empecé a ver que se me enterraban las ruedas, me culeaba, perdía tracción, empecé a apurarme y casi cuando me faltaba el último cuarto del recorrido, me caí…buffff, jajajajajajaja, a ver cómo salía de ahí ahora. Pues, aunque parezca imposible, siempre se sale, porque no hay helicópteros que saquen motos volando. Siempre te salen fuerzas de donde no sabes que las tienes y sales. Decidimos ir por otro camino paralelo y continuamos la marcha.
Empezamos a subir por unos caminos preciosos con unas vistas increíbles. Íbamos por las degolladas encarando la cumbre. Dejamos Santa Brígida a la derecha, y más arriba San Mateo. La belleza de los lugares por dónde pasamos es indescriptible. Vegetación exuberante, entre barrancos vertiginosos, un auténtico espectáculo.
Tenía el cuerpo en máxima tensión, me dolían las muñecas, los brazos, los hombros, las caderas, los cuádriceps, ¿Quién dijo que esto no era un deporte exigente? ¡¡Es brutal!! Hay que estar en muy buena forma sin duda. Seguimos por más caminos angostos y sinuosos hasta llegar al sitio donde nos sacamos la primera foto.
Un paisaje precioso, Valsequillo a la derecha, la ciudad y la isleta al fondo, barrancos profundos rodeados por una verde vegetación a ambos lados, y detrás de nosotros, la cumbre a casi 2.000 metros de altura. No creía que fuese capaz de haber llegado hasta allí.
Seguimos nuestro camino y comenzamos a subir hacia la cumbre. Esta vez el camino era con mucha más pendiente, y lo peor de todo, lleno de surcos, algunos de hasta un metro y medio de profundidad, apenas quedando un filito por donde pasar. Las pulsaciones a mil, la adrenalina a tope. Yo había perdido a Paulino y me dijo, “vete buscando el mejor camino”, y yo decía….¡¡pero por dónde voy!! ¡¡Ya no hay camino!! Entonces ya no me quedó más remedio que seguir por los surcos profundos. Me quedé trancado no se cuantas veces. Me patinaba la rueda y se me calaba la moto una y otra vez. Por un momento pensé que no podía salir de allí, pero pensar que tenía volver por aquellas zanjas bajando, me puso los pelos de punta y pensé en abortar misión.
Me quedé solo, Paulino había seguido, paré, reflexioné y entonces dije, yo puedo, tengo que intentarlo, me he enfrentado a situaciones complicadas en la montaña y las he superado. Me dio un subidón de coraje y ayudándome de los pies entre los surcos y mejorando mi tacto con el embrague y acelerador, poco a poco fui sorteando las gigantescas zanjas. Y allí estaba Paulino esperando por mí, dándome ánimos y generando confianza. Seguimos subiendo entre tupidos pinares y llegamos casi a la cumbre.
Empezamos el descenso y llegamos a la Caldera de Los Marteles. Allí comenzamos una bajada vertiginosa hacia Tenteniguada. Ahora tenía que aprender a bajar, a controlar el peso hacia atrás, mejorar el tacto freno-embrague-acelerador.
Las vistas eran espectaculares, ya la tarde estaba avanzando y quedaba muy poco tiempo con luz. Pasamos la niebla y seguimos descendiendo por unos caminos variados en cuanto a dificultad técnica. Nos paramos en lo alto de un repecho, y allí una pareja que iba corriendo, se ofrecieron para sacarnos unas fotos.
Continuamos la marcha por mil caminos diferentes, y llegamos al barranco de Valsequillo. Bajamos su cauce y continuamos por senderos, carreteras y caminos que ni con un GPS te hubiese llevado. Que gran capacidad de orientación tiene Paulino, es alucinante como conoce cada cruce, cada camino, enlazando todo tipo de trazados como si fueses en una montaña rusa en una continua emoción infinita.
Saltamos por varios caminos por la parte alta de Telde, pasamos Lomo Magullo y luego casi nos fuimos hasta Ingenio, porque se veía el Roque de Gando. No podré olvidarme de la bajada vertiginosa de velocidad por aquel barranco que no tenía fin, iba gritando de los subidones de adrenalina-endorfinas que producía.
Lo más flipante fue cuando llegamos a Telde y Paulino me llevó a través de callejuelas, caminos inhóspitos entre invernaderos abandonados, pasos con escalones de más de un metro de alto que ni en sueños lo hubiese imaginado que fuese capaz de saltarlos. El remate final fue bajar por un barranco casi sin sendero, con piedras gigantescas, matorrales, arboles a ras de cabeza, arenas flojas, jajajajaa, yo no me podía creer el nivel de pericia que había adquirido en un solo día.
Llegamos al punto de origen al filo de la noche, habíamos llegado sanos y salvos. Yo no cabía en mi del subidón tan grande que tenía, sin duda había disfrutado de LA MAYOR AVENTURA DEPORTIVA DE MI VIDA, muchas gracias Paulino Vega por confiar en mí, permitir cumplir un sueño y abrirme las puertas de un deporte fascinante. Espero retar a mis amigos Alberto G. Monteverde y Miguel Angel Ortega a que continúen la siguiente aventura conmigo. Empresas Relacionadas
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