27 de Diciembre de 2010
Prueba SOLO MOTO
En una época en que las superdeportivas están cada vez más perseguidas por las Administraciones y prácticamente desterradas a los circuitos, es de agradecer que Suzuki aún se esfuerce en (y consiga) mejorar su popular supersport, con resultados sorprendentes.
Los diferentes Gobiernos de la UE (y el nuestro, con su Departamento de Tráfico comandado por el inefable Sr. Navarro, no iba a ser menos) han puesto las motos deportivas en el punto de mira. El nuevo carnet A2 representa un obstáculo añadido (otro más…) a los radares, controles, etc., como si la crisis económica no fuera ya un importantísimo hándicap para la venta de este especialísimo tipo de motos, que parecen destinadas a terminar exclusivamente en las pistas, cuando no a los museos.
Y, sin embargo, Suzuki aún tiene ánimos para mejorar toda su gama GSX-R, las motos con el ADN más deportivo de la marca de Hamamatsu. Ahora es la 600, en unos meses veremos la nueva 750 (una equilibradísima deportiva injustamente incomprendida) y, si nada cambia, más tarde deberíamos ver la nueva versión de la 1.000.
Pero esta semana ha sido el turno de la supersport, y hay que decir que no se trata en absoluto de una simple remodelación estética (por cierto, un tema a discutir), porque en la versión de 2011 se ha modificado todo, y cuando decimos todo, nos referimos a motor, cambio, chasis, suspensiones, frenos, carenado, etc.
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