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La moto del abuelo. Un relato de Mauricio Sedó

29 de Noviembre de 2016

La moto del abuelo. Un relato de Mauricio Sedó

Los motoristas tenemos siempre una relación especial con nuestras motos. Las queremos con un cariño casi humano. Nos compenetramos con ellas. A veces hasta creamos un lazo especial con nuestra moto, y un raspón en el depósito nos duele tanto como un raspón en nuestra rodilla o codo. De esto trata la siguiente historia.

 

- Felicidades, hijo. Ya tienes tu primera moto. Te va a dar muchas satisfacciones, pero tienes que cuidarla y mantenerla como ahora, nueva o mejor que nueva, nunca dejarla que se deteriore, ¿sabes? 

 

Salíamos del concesionario de Aprilia, y Martín estaba alucinando con su 125RS nueva. Acababa de obtener su A1 y después de casi dos años de scooter de 50 sin cambios, una 125 de seis marchas era como cambiar del Colegio al Instituto.

 

La Aprilia 125 RS de mi hijo

 

- ¿Crees que exagero en lo de cuidar la moto? Ya eres mayor y ya tienes tu primera moto, creo que puedo contarte lo del abuelo. 

 

Mi hijo me escuchaba a medias concentrado en el ruido del escape de su moto. La media sonrisa decía cuanto le gustaba el escape de la RS, pero la mirada fija de sorpresa, era por mis palabras. En casa cuando alguien pronunciaba la palabra “Abuelo”, se hacia el silencio. El Abuelo era un tema “Tabú”.

 

-Si, el abuelo, sígueme, y te contaré.

 

De un manotazo cerré el visor de mi casco, engrané la primera de mi California y arranqué, calle arriba, viendo por el retrovisor como mi hijo me seguía sin perder la distancia. 

 

Mi “Cali” y yo.

 

Era su primer día con una moto “de verdad” y no le presioné. El placer que se siente cuando tu hijo va contigo y no en el asiento del pasajero, sino conduciendo su propia moto, es algo que hay que experimentarlo para entenderlo. Dando sólo un tercio del gas a la “Cali” permití que la pequeña Aprilia pudiera seguirme sin riesgo. 

 

Recorrimos el anillo de autopistas que rodea la ciudad, viendo como mi hijo se hinchaba de placer al circular por primera vez por vías que al scooter le estaban vedadas. Tomamos la salida 7, hacia la montaña, y por el retrovisor yo veía como él trazaba las curvas, marcaba los giros con su intermitente, mantenía la distancia, en fin, conducía como un motero de verdad. 

 

De casta le viene al galgo, pensé, hijo y nieto de motoristas. Pero ahora iba a tener que contarle lo de mi padre…. 

 

Paramos en un mirador. No había nadie y allá abajo se veía la ciudad y la costa, dándonos el paisaje de fondo que necesitaba para contarle a Martín la verdad de su familia. 

 

- Mira, hijo, cuando yo era pequeño, en casa se vivía mucho más lo de la moto que ahora. Mi padre, tu abuelo, era un motorista de los de antes. Había andado primero en bicicleta con motor, que era lo que había en su tiempo, cuando él era niño, después en ciclomotor, y luego, en moto. 

 

- Total que, para él, ir en moto se convirtió en una enorme afición, casi una obsesión. A los 13 años se consiguió un ciclomotor Ducati, y lo preparó para hacer con él carreras de subida en cuesta, que es lo que había por esos tiempos. El Ducati tenía sólo tres marchas, y el cambio en la mano izquierda, como las Vespas, mientras que las Derbi de la época ya tenían cuatro marchas y cambio al pié, pero el abuelo decía que así el ponía la directa antes, y que, con lo poco que andaban los “velos” de 50cc, había que hacer toda la subida en directa y a tope.

 

- Mamá me llevaba siempre a ver las carreras cuando papá corría, y por eso soy motorista yo también, así me transmitió la afición.

 

- Bueno, pues, un día papá cambió, después de muchos esfuerzos, su Ducati de 49 c.c. por una Bultaco Metralla MK2…

 

Estaba atardeciendo, el sol caía sobre el mar y en esos días de Octubre la temperatura era muy agradable. Mi hijo ardía en deseos de seguir haciendo kilómetros con su nueva moto, pero mi promesa de hablarle de su abuelo, que era un tema “tabú” en casa, le mantenía pendiente de mis palabras. 

 

- Muchas veces el Abuelo tenía la moto en el salón de casa, pues la subía con las ruedas desmontadas, en el ascensor cuando los vecinos ya se habían retirado. Allí en el salón le desmontaba el cilindro y la culata, y mientras yo veía los dibujos animados en la televisión, que entonces era en blanco y negro, él, con un trapo y limpia metales “Netol”, le iba frotando las toberas de admisión y escape, para pulirlas y conseguir unas fracciones de caballo de potencia de más…

 

- La cuestión es que nunca ganó ninguna carrera, pero eso no fue malo, al revés, y te cuento porqué: No salía en las fotos, no se hizo nunca famoso y nadie, excepto sus amigos, conocía su cara.

 

- Con la MK2 papá se dedicó a las carreras mucho más que antes. Se hizo amigo de uno que trabajaba en la fábrica Bultaco, que le conseguía repuestos baratos del departamento T5. Papá iba al trabajo en tranvía, la moto estaba en casa, en el salón, siempre medio desmontada  mientras le colocaba un repuesto, un pistón mejor, un amortiguador más eficiente o un filtro de aire más abierto que iba a producir mejores resultados en la próxima prueba. 

 

- Los viernes por la tarde papá se ponía su chaqueta de cuero y sus pantalones de napa negros, ataba a su espalda el tubarro y una mochila con algunas herramientas y un juego de chicles para su Amal del 32, y desaparecía en dirección a cualquier lugar donde aquel fin de semana se estuviera disputando alguna prueba del Campeonato de España de Velocidad de 250 CC. 

 

El Abuelo con su MK2, los terceros por la izquierda.

 

- Los lunes, la moto volvía al salón y papá a frotar las toberas con su trapo y su Netol. Papá adoraba su moto, y la moto le correspondía funcionando a pleno rendimiento siempre. Nunca llegaron a ganar ninguna carrera pero eso no fue por falta de ganas, sino porque siempre había algún otro que tenía una moto más rápida, o una habilidad superior, o más ganas de gloria o menos miedo para frenar un poco más tarde y entrar un poco más fuerte en una curva. 

 

- Cuando yo nací, mamá se puso firme exigiendo que compráramos un coche, y como suele suceder siempre que una mujer se propone algo, al cabo de poco un SIMCA 1200 acabó formando parte de nuestra familia. Los fines de semana nos íbamos a la finca de los abuelos, a un par de horas de distancia de la ciudad, a cambiar de aires y a disfrutar del campo. 

 

El Simca 1200 de papá

 

- Una vez, papá subió a la finca con la moto, y como por la noche mamá no se encontraba bien, dejó la moto allí y volvimos a la ciudad en coche. 

 

- La cuestión es que la MK2 se quedó en el granero de la finca, que usábamos como garaje, y nosotros seguimos yendo y viniendo de la finca en coche. 

 

- Cada verano íbamos a la finca, y la moto estaba allí en el granero, Papá la arrancaba a veces y salía a dar una vuelta por las carreteras de la zona, pero al llegar el invierno, volvíamos a la ciudad y no íbamos por la finca hasta el año siguiente. 

 

- Yo acabé el Bachillerato, empecé Perito Textil y conocí a tu madre. Empecé a pasar los fines de semana en el pueblo natal de Rita, y mis padres dejaron de ir a la finca los veranos. 

 

- La MK2 descansaba en el granero. Papá fue ascendido a Jefe de sección en su empresa, celebramos sus bodas de oro, el año que España fue anfitriona del Campeonato Mundial de Fútbol y Bultaco cerró definitivamente sus puertas después de años de soportar continuos paros y huelgas. 

 

Ya había caído la noche, y al bajar la temperatura, los escapes de nuestras motos habían estado haciendo clic-clic al enfriarse hasta quedar finalmente en silencio. La oscuridad prestaba un énfasis a mi historia, y aprovechando en interés de mi hijo, continué contándole. 

 

- Luego tu abuela murió. Papá, tu abuelo, seguía disfrutando de mediana salud a pesar de estar ya en los 60 y pico años. Sin saberlo nosotros, la MK2 fue sacada del granero de la finca para hacer sitio para la cosecha de maíz. 

 

 

- Comenzó a oxidarse. El abuelo empezó a perder el pelo.

 

- Expuesta a la intemperie, la MK2 continuó deteriorándose.

 

- Al abuelo empezaron a darle más achaques.

 

- Las cabras destrozaron el asiento con sus mordiscos.

 

- El abuelo siguió perdiendo pelo, y la artritis le obligó a confinarse en un sillón. 

 

- Una úlcera de estómago le amargó el carácter. Vivía esclavo de sus incontables medicamentos, pendiente de sus citas con el médico y rezongando contra los servicios de ambulancia, que nunca le recogían en hora y siempre le dejaban tirado. 

 

- Aquel verano del 99, cuando tu abuelo, con ochenta y pico años, estaba ya en la residencia geriátrica con continuos achaques, subimos con tu madre y tu hermano a pasar el verano en la finca. Encontré un panorama desolador: la MK2 de papá estaba convertida en unos hierros oxidados en un rincón del patio, irreconocible, lista para ser entregada al chatarrero. 

 

 

- Yo no podía permitir eso, ya era una clásica y además, era la moto de papá. La volví a entrar al garaje, la desmonté y envié el chasis y el basculante al chapista del pueblo para pintarlos que los lijaran y me los pintaran de rojo fuego, que iba a quedar más bonita.

 

- Tu abuelo llamó desde la Residencia a la semana siguiente, se encontraba mejor y quería que le llevara un teléfono móvil. Se lo llevé. 

 

- Al poco tiempo tu abuelo se enfadó con las monjas de la Residencia y como se encontraba mucho mejor, pidió el alta y se volvió a casa. A través del móvil se había puesto en contacto con otros fans de Bultaco y estaban planeando pedirme prestado el coche para asistir juntos a una concentración de clásicas de La Maneta en Almería.

 

- Tu abuelo, que parecía cada día más joven y empezaba a recuperar el pelo, se hizo cargo de la reconstrucción de la Metralla. Sin agradecerme lo que había hecho hasta entonces, se compró un depósito de gasolina del Kit América y llevó la moto a un taller especializado donde le hicieron una reconstrucción “de concurso”. El motor de la MK2 fue montado con materiales del siglo 21, cigüeñal de cromo-molibdeno, pistón de aleación de titanio y aros de carbono. Rendía 40 caballos, casi el doble de potencia de cuándo nuevo, y con frenos y llantas Brembo y gomas Pirelli Diablo Corsa iba a poder aprovechar esa potencia hasta el límite. Se pasaba el dia entre el taller y un gimnasio donde hacia fisioterapia de “recuperación”.

 

 

- Cuando la moto estuvo lista, tu abuelo se montó en ella con una mochila y desapareció. 

 

- Eso fue hace siete años. Desde entonces nos llama por teléfono dos veces al año, por Navidades y por mi cumpleaños, no le hemos vuelto a ver el pelo y si le pregunto como le va, me contesta que “bien” pero sin detalles, con evasivas… Y piensa, ¡ahora tiene ya 92 años!

 

- Pero ahora por fin ya sé lo que está haciendo: ¡Mira, hijo, mira! Verás porqué te digo que tienes que cuidar tu moto, que no se te rompa nada ni se te oxide y ¡que esté siempre como nueva!

 

Saqué de las alforjas de mi moto el último número del Solo Moto. Dentro del reportaje de la recién creada Júnior Cup, en la foto del grupo inicial de pilotos, en el primer lugar por la derecha, mi padre sonreía feliz, sin aparentar ni un día más de 17 años, vestido con un mono de color verde Kawasaki. 

 

El Abuelo, el primero por la derecha.

 

¿Veis como la moto rejuvenece?

 

Mauricio Sedó

 

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