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Cono sur del continente africano y Namibia en moto

29 de Abril de 2009

Cono sur del continente africano y Namibia en moto

Sudáfrica. El cono sur del continente africano y Namibia en moto

Jaime Núñez “Leonú”/ Fotos: Jaime y Conchi

 

A través del siguiente relato viajaremos por cinco países de África. Llegaremos hasta el cabo Agulhas, punto geográfico más al sur de este continente; veremos las dunas del desierto de Namibia; cruzaremos el Kalahari; navegaremos en canoa por el delta del Okavango; disfrutaremos de una hermosa puesta de sol en el salar de Makgadikgadi, y, quizás, si todo nos sale bien, hasta lleguemos a contemplar esa maravilla de la naturaleza que son las cataratas Victoria, aunque ya te aviso de que no será un viaje sencillo, pero si insistes en acompañarnos...

 

Vamos a ponernos en marcha, que sólo tenemos 23 días para cubrir los 6.000 km previstos.

 

Sudáfrica
El viaje en avión hasta Johannesburgo es seguramente el vuelo de largo recorrido más cómodo para nosotros los españoles. Despegamos de Madrid hace 10 horas y media y pasamos la noche durmiendo en el avión, y al no cambiar de huso horario no tenemos ni rastro del molesto jet lag. En un par de horas tomaremos un vuelo interior y a primera hora de la tarde llegaremos a Ciudad del Cabo, donde nos esperan las BMW 650 GS con las que haremos el viaje.

 

En la sede de Motorrad Rentals BMW, las motos están tal y como hemos acordado en los muchos mails intercambiados en los últimos meses, con sus documentaciones para poder cruzar las fronteras que nos separan de nuestro destino, los recambios solicitados, etc. Todo en orden menos una cosa: hay una GS roja para Conchi y otra gris para mí, ¿y para ti? No te preocupes, no te vamos a dejar en tierra. Aparto un poco la tienda de campaña y listo, ya tienes sitio para venir conmigo, aunque sea de paquete.

 

Lo primero que haremos será ir a comprar un jerrycan de plástico para poder llevar gasolina de reserva, algo imprescindible en estos viajes; con uno de 10 litros será suficiente. En los últimos tres años es el tercero que compro: uno se quedó en Chile al finalizar el viaje por Sudamérica; el del año pasado, en Australia, y éste supongo que se quedará también aquí…


Nos vamos ahora mismo a dar un paseo hasta el cabo Agulhas, lugar de encuentro de las aguas del Índico y del Atlántico. De paso probamos qué tal van las motos, y así podremos decir que somos los primeros españoles, que se sepa, en alcanzar en moto los tres puntos más al sur de América, de Australia y ahora de África. Los primeros kilómetros por cualquier país sirven para hacernos una idea de lo que nos encontraremos los próximos días: carreteras en buen estado y con poco tráfico, conductores tranquilos, gasolina a 0,60 euros el litro y algo curioso: cuando vamos por una carretera secundaria y hay alguien junto a la misma, a diferencia de otros países fuera de Europa, si no somos los primeros en levantar la mano haciendo un saludo, quien nos ve pasar no lo hará; sólo nos contestará una vez que nosotros lo hayamos hecho primero. Seguramente te preguntarás: “¿Y qué importancia tiene esto?”. Te lo voy a explicar.

 

Sudáfrica se hizo tristemente famosa por el apartheid. Desde 1948 hasta 1990, los sudafricanos blancos, un 8 % de la población, no estaban dispuestos a perder su poder económico, político y social ante los sudafricanos negros, y para ello “inventaron” una serie de leyes racistas. Los negros no tenían derecho a la misma enseñanza que los blancos, ni a determinados transportes públicos, a la misma sanidad, a pasear o a entrar en ciertos lugares… y, por supuesto, no tenían derecho a votar, hasta que, debido a las presiones internacionales, el Gobierno tuvo que poner fin al apartheid. En 1990 liberaron a Nelson Mandela y en 1994 se celebraron las primeras elecciones libres para todos los ciudadanos, independientemente de su color de piel. No hace falta que te diga qué partido lleva en el poder desde entones. Has acertado: al que votó el 92 % de la población, el llamado CNA (Congreso Nacional Africano).

 

Varias décadas de dura opresión no se olvidan así como así, y el negro que nos ve pasar sabe, a pesar de que los cascos oculten nuestra cara, que encima de la moto viaja un blanco, y todavía no han podido olvidar que hasta hace pocos años a ellos no les estaba permitido dirigirse a un blanco si éste no lo hacía primero.

 

Mira, ya hemos llegado al cartel del cabo Agulhas. Aquí, además de la inevitable foto con la señal donde se juntan los dos océanos, otra cosa que podemos hacer es subir al faro y contemplar la fuerza de las olas de uno y otro, y cómo, por su tonalidad, se pueden distinguir sus aguas.

 

Desandamos los 220 km y volvemos a Ciudad del Cabo. Ésta es de esas ciudades, como San Francisco o Sydney, que han sabido aprovechar los viejos almacenes de su antiguo puerto rehabilitándolos y creando una animada y bonita zona de ocio, con restaurantes, bares, tiendas, acuario… y es el lugar donde está “la vida” de la ciudad, sobre todo a partir de las cinco de la tarde, cuando el centro se queda completamente vacío.

 

A primera hora de la mañana dejamos atrás Ciudad del Cabo. Por delante tenemos 565 km hasta Sprinbok, pero no te preocupes. Esto es Sudáfrica. Aquí las carreteras están asfaltadas y en buen estado. Hay gasolineras y sitios donde parar a comer. Si no fuera por el color de la gente, no sabrías exactamente por qué continente estamos viajando, pero hay una cosa importante y que será válida para todos los países que vamos a visitar: ¡ojo!, se circula por la izquierda.

 

Namibia
Poco antes de llegar a la frontera con Namibia, la carretera discurre por el fondo de un bonito cañón. Agárrate fuerte, que vamos a disfrutar un poco de estas curvas. Las pequeñas GS, a pesar de ir cargadas con maletas y top case, se manejan con facilidad. ¿Para qué una moto mayor y más pesada? La frontera está casi vacía, con lo que los trámites aduaneros se resuelven rápidamente, aunque a ti te hemos tenido que meter de ilegal en el país. ¡Mira que olvidarte el pasaporte en España!


Sudáfrica se anexionó el territorio de lo que hoy es Namibia por las buenas, y hasta la década de los 90, y a regañadientes, no lo devolvió, de manera que este país también sufrió el apartheid, y supongo que la renuncia a este territorio tiene que ver con lo singular de su línea fronteriza. Circulas por Sudáfrica y hay montañas, verdor, tierras más o menos aprovechables… Pasas el puente que cruza el río Orange, entras en Namibia y, de repente, cambia el paisaje. Ahora la carretera es una fina recta de asfalto que se pierde en el horizonte; a ambos lados, desierto y más desierto. Desde luego tuvieron vista los sudafricanos cuando pusieron al río Orange como frontera natural entre ambos países.

 

Hoy hemos hecho 450 km, y Keetmanshoop es nuestro lugar para pasar la noche. En el mapa aparece como si fuera una ciudad, aunque la realidad es que es un pequeño pueblo, pero con lo imprescindible para justificar que paremos aquí: hotel, b&b, gasolinera…


Namibia tiene poco más de cuatro carreteras asfaltadas: la que cruza de sur a norte y otras tres de este a oeste; por lo tanto, hoy ya nos toca pista. No son mucho 180 km. ¿Estás preparado? Pues parece que no está muy mal: es ancha, con algo de piedra, y a veces se complica un poco porque discurre a través de una zona montañosa. Va haciendo calor y apetecería quitarse algo de ropa, pero si tenemos alguna caída, por leve que sea, las consecuencias pueden ser mayores…


“Espera un momento. Hace rato que no veo la luz de la moto de Conchi en el espejo. Echa un vistazo hacia atrás. ¿No viene?”. “No, no la veo. ¿Damos la vuelta?”.

 

Desandamos medio kilómetro, y lo primero que veo es a Conchi de pie, con lo que ya me siento más tranquilo. La moto está caída hacia el lado derecho. “Vamos, chaval, échame una mano, que la levantemos”. El parte de guerra de Conchi es el siguiente: tiene varios golpes, uno más fuerte en una pierna, le duele una mano… y en cuanto a la moto, un intermitente roto, un espejo desencajado, la maleta derecha abollada, también, como en todas las 650 GS que van al suelo, el soporte de esa maleta doblado, y rozaduras varias (como Conchi). “Dame el botiquín y la caja de herramientas, que en un rato están las dos listas para seguir”. Tras media hora de usar, según convenga en la moto o en el piloto, bridas de plástico, cinta americana, pomada antiinflamatoria, la 10-11 plana, un analgésico, el martillo…, estamos otra vez en marcha.

 

El Kalahari no tiene el aspecto del típico desierto de arena. Se caracteriza por una vegetación baja, animales, pequeños poblados y una larga, larga y recta carretera que cruza toda su parte norte. ¿Preparado para acompañarnos?


Durante muchas horas me parece que estamos cruzando el outback australiano. Los bosquimanos son la única raza que lo ha ocupado durante siglos. Cada día su número es menor, y el Gobierno de Bostwana está intentando que sean todavía menos y que abandonen sus tradiciones ancestrales y sus poblados; incluso les desvía los cauces de agua para hacerles la vida imposible. Entramos en una pequeña aldea de bosquimanos. Que dos blancos (bueno, tres si te contamos a ti) paren con sus motos aquí se convierte en la noticia que rompe su rutina diaria. Los niños se acercan con curiosidad a nosotros y a las motos. De un tiempo a esta parte, cuando a alguien en un lejano país le dices de dónde eres, ya esperas sus siguientes palabras: “Real Madrid”, “Barcelona”. Pero en esta aldea no están muy interesados por nuestra liga de fútbol y lo primero que preguntan es: “¿‘Eso’ dónde está?”. Tenemos un mapa en la mano y les enseñamos dónde está España. Ellos y nosotros nos reímos de los problemas que tenemos a la hora de pronunciar nuestros respectivos pueblos. “Nuestro pueblo se llama Alba de Tormes. Ahora, todos juntos”. “Jalbar de Toresm”, repiten como si fueran el coro de la escuela. Les hacemos unos pequeños regalos y nos preparamos para marcharnos. Al ver la algarabía que hemos provocado, los adultos también se acercan y, claro, siempre hay alguno que pide unas medicinas. Éste es un tema delicado: una simple aspirina puede causar un serio problema a alguien que, por ejemplo, tenga una úlcera de estómago, por lo que lo mejor en estos casos es dejar el botiquín tranquilo, y lo más que se puede hacer es desinfectar y curar alguna pequeña herida.

 

Después de dos días por la Kalahari Highway llegamos a Maun, debido a su cercanía con el delta del río Okavango. Lo que hace unos años no era más que un pequeño poblado ha ido creciendo hasta convertirse casi en una ciudad. Incluso puedes encontrar talleres oficiales de las principales marcas de coche que se ven por aquí: Toyota, Nissan, Land Rover… Si vienes en moto y necesitas algo, no te molestes; de momento no hay nada de eso. Son muchos los lugares para alojarnos: hoteles, b&b y campamentos. Vamos a ver si hay suerte y podemos quedarnos en uno de los más emblemáticos, si no el que más. Se trata del Audi Camp. Está a unos 14 km de Maun, en la carretera que va hacia el norte. Ha habido suerte: les queda libre una de las cabañas.

 

Las cabañas del Audi Camp son grandes tiendas de campaña montadas sobre una estructura de madera que salva el desnivel que hay frente al río y a la vez las aísla del suelo. Están perfectamente equipadas con baño, ducha, electricidad y dos camas con mosquiteras. Desde aquí se pueden contratar las visitas en canoa al delta, y eso es lo que hemos hecho para mañana.

 

Todavía no ha amanecido, y ya estamos camino del delta a bordo de un viejo Toyota Land Cruiser (contemporáneo del que llevó a Manu Leguineche a dar la vuelta al mundo en 1965), de los que llevan la parte trasera descubierta, donde vamos nosotros, y hace un frío de narices; menos mal que tenemos unas mantas para taparnos. Pronto se acaba el asfalto y viajamos por una pista de arena. Cuando parece que va a ser inevitable que tengamos que bajarnos para empujar y sacarlo de algún atolladero, la habilidad de su conductor hace que salvemos la situación. Después de casi dos horas dando botes llegamos a la aldea donde están las canoas, llamadas “mekoro” (plural de “mokoro”). Son estrechas -sólo llevan dos personas y al guía que la maneja con una larga pértiga- y planas, para poder navegar por los angostos y poco profundos canales del delta.

 

El Okavango nace en Angola, y a pesar de ser el cuarto río más caudaloso de África, sus aguas no consiguen llegar a desembocar a ningún mar. La planicie que se forma al norte del Kalahari hace que muera allí, formando el mayor delta interior del mundo. Durante el recorrido, nuestro guía nos va enseñando muchas cosas que se escapan a nuestra vista: extrañas aves, animales confundidos entre la vegetación... Tras más de dos horas de navegación desembarcamos para hacer algo de senderismo por este fascinante lugar. El guía nos enseña a distinguir unas huellas de otras, nos comenta las costumbres de las distintas especies que habitan en el delta, y vemos gacelas, elefantes, búfalos, cebras… incluso una manada de hipopótamos bañándose en una gran charca. Vuelta al “mokoro” y al lugar de partida para volver al campamento en el Toyota. Nuestra “excursión” ha durado unas 10 horas, pero si te parece poco, puedes contratarlas también por dos o tres días.

 

Makgadikgadi
Vamos a por nuestro siguiente destino, un lugar que todavía no está muy explotado por el gran turismo, aunque, debido a su belleza, no tardará mucho tiempo en figurar en todos los tours que se hacen por esta zona. Se trata de Makgadikgadi, el mayor salar del mundo.


“¿Pero ése no era el de Uyuni, en Bolivia?”, preguntas como diciendo “ahí te he pillado”.

 

Bueno, vamos a aclararlo. Si te hubieras informado antes de venir, sabrías que Makgadikgadi tiene 20.000 km cuadrados y Uyuni 12.000. Lo que ocurre es que Uyuni es un único salar, y éste son varios separados por algunas lagunas y otras zonas de vegetación. Aunque se le considera todo un salar, estamos de acuerdo en que no es uno solo.

 

Para hacer el recorrido, esta vez no usaremos las motos, ni mucho menos la canoa, sino un Land Rover. La temporada de lluvias acabó hace pocas semanas y hay zonas con una fina capa de agua que no hace apropiado el uso de las motos. En las lagunas podemos ver grupos de flamencos, y al atardecer las zonas húmedas y el azul del cielo se confunden en el horizonte. No hay ni la más mínima brisa; ni tan siquiera los flamencos hacen ruido. Parece una imagen irreal y, a pesar de haber visto atardeceres en lugares espectaculares como el Grand Canyon, Ayers Rock o el Sáhara argelino, nos quedamos con esta imagen como una de ésas que no se olvidan. Qué suerte que hayas venido con nosotros para vivir este momento mágico, ¿no?


¿Y hacia dónde van ahora? -nos pregunta el hombre que nos llena los depósitos en la gasolinera de Nata, unos 300 km al sur del río Zambeze.


Al norte, a Zambia y Zimbabwe, para ver las cataratas.
Espectaculares, pero mucho cuidado por la carretera. A unos 200 km de aquí empezarán a cruzarse muchos animales, incluidos elefantes, jirafas… y el peor de todos y más peligroso, el rinoceronte. Buen viaje. ¡Ah!, y no entren por Zimbabwe.


¿Buen viaje? Pues vaya ánimos. Después de lo que nos ha dicho, veo que no te has quedado muy tranquilo, y cuando ya tengo puesto el casco, vas y me preguntas: Oye, ¿no será peligroso viajar en moto con tanto bicho suelto?


No seas tan aprensivo, hombre. ¿No te creerás lo que nos ha dicho? A los negros les encanta eso de asustar a los turistas blancos con historias sobre ataques de animales. Suerte tendremos si vemos alguna cebra por ahí pastando, pero nada más…


Un cartel lo dice bien claro: “Danger Potholes next 100 km”. ¿Qué será eso? Cuando veo el asfalto con unos agujeros como si hubieran bombardeado la carretera con obuses, entiendo claramente lo que son los “potholes”. Con la moto, y a una velocidad moderada, los puedes ir esquivando más o menos bien, pero ves a los coches de un lado a otro continuamente para evitarlos. Es como si vieras venir de frente a un conductor borracho haciendo eses. Bueno, acabamos la zona de los “potholes”. Y de los animales, ¿qué?


Cuando veo el primer grupo de jirafas cruzando unos metros delante de la moto, empiezo a pensar que quizás el hombre de la gasolinera no estuviera vacilándonos. Vemos también algunas cebras, gacelas, monos… pero, sobre todo, jirafas. Hasta que de pronto, en la parte izquierda de la carretera, en un claro de la vegetación, veo un elefante. No sé por qué, pero mi instinto hace que pierda la atención hacia él. Doy un frenazo, giro rápidamente la cabeza hacia el lado contrario y a pocos metros de mí está el elefante más majestuoso que he visto en mi vida: grande (a mí me parece una mole enorme), sus colmillos relucen con el sol y tiene una trompa acorde con su tamaño. Sin dejar de mirarle, paro la moto, pongo la pata de cabra, por si acaso, y creo que me mira como diciendo: “Eh, que voy a cruzar y tengo preferencia”. Sigo con los ojos puestos en él y mentalmente le respondo: “Por supuesto, faltaría más; pasa, pasa”. Espero que me haya entendido. Seguramente, si quiere darme un trompazo, y nunca mejor dicho, lo puede hacer perfectamente. Son menos de tres metros los que nos separan uno del otro, aunque yo no le molesto; él a mí tampoco. Lentamente cruza la carretera delante de mis narices, casi puedo tocarlo… y tras unos segundos -no sé si muchos o pocos- se pierde en la selva tras su compañero/a.


Tú lo has visto igual que yo, ¿no? ¡Responde, hombre! No sea que luego nadie me crea cuando cuente lo ocurrido.


De pronto oigo la moto de Conchi, que llega a mi lado, se levanta el casco y me dice: “Te acabo de hacer una foto mientras cruzaba el elefante”. Y añade: “Pero… ¿cómo se te ocurre parar tan cerca de él?”. “Para eso, para que hicieras la foto”. Estoy todavía tan ensimismado con lo que acabo de ver, que es lo único que se me ocurre responderle.

 

Zambia y Zimbabwe
Según cómo esté la situación política en Zimbabwe, es peligroso intentar alcanzar por este país las cataratas, por lo que hay que hacerlo por Zambia. Esto supone tener que cruzar el río Zambeze, frontera natural entre Bostwana y Zambia. El único problema es que en Kazungula (bonito nombre, ¿eh?) no existe ningún puente, de manera que hay que emplear una barcaza para alcanzar la otra orilla. Los camiones forman colas kilométricas y tardan unos cinco días en poder atravesar (la barcaza sólo puede transportar uno en cada viaje). Afortunadamente viajar en moto siempre es una ventaja en este aspecto. Nos acercamos hasta la orilla y esperamos a embarcar.

 

La globalización ha hecho que no sea fácil sentirte lejos de casa. En todo el mundo suena la misma música, están las mismas multinacionales, las mismas modas… pero esperando la barcaza siento que estamos muy lejos de casa. El hecho de tener que embarcar para cruzar un río, el ambiente, la gente, el paisaje, todo se junta para sentir esa sensación de la que te hablo.

 

Aquí somos los únicos blancos, y como en otras ocasiones, a los negros les hace gracia eso de que vaya una mujer conduciendo una moto. Cuando Conchi se quita el casco y la chaqueta de moto, los hombres hablan entre ellos. Suponemos que dirán algo así como “pues sí, sí es una mujer la que conduce la moto roja…”, y las mujeres ya no tienen tantos reparos en entablar conversación con nosotros (bueno, con ella).

 
 
Fuentes de la noticia

elmundoenmoto.wordpress.com

 
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