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Noticia

Son especiales. Distintos. Cuidan la moto como un jardinero cuidara de sus plantas, las organizara, las regara y limpiara de malas hierbas. Ellos atienden sus motos con la paciencia y la ceremonia de quien cumple un ritual. Cada día. Y la miran con asombro y ternura, y se dirigen a ella como si tuviera vida propia. Y cuando hablan de ella o hacen referencia a sus velocidades, a sus cambios, a sus cilindradas, lo hacen con un tono apasionado, casi de entrega, como si fuera esa novia gloriosa de quien tanto se presume a los veinte años. La acarician y abrillantan con esmero y dedicación. Y cuando la tienen delante, después de pasarle el paño esponjoso que han estado lavando durante un tiempo impredecible (cada motero tiene su tiempo impredecible y su paño suave y esponjoso), la contemplan con el arrobo de un adolescente enamorado.

 

Todo motero tiene su moto. Es solo ella la que importa. Aunque comenten la belleza o la energía de las motos de los otros, ellos siempre pondrán a la suya por delante y cualquier comentario que hagan estará siempre en relación con ella. No he conocido apasionamiento igual. En ningún deporte, en ninguna afición, en ningún juego, he visto tal dedicación y tal entrega. Ir con un motero de paquete es una de las mejores experiencias de mi vida. Cuando era joven me agarraba a su cintura y pedía más velocidad, más carretera, más vértigo. Ir en moto en los años 70 era un júbilo colmado de adrenalina. Sin casco, con el pelo al aire enredándose en el viento y a más de doscientos por hora es difícil describir hoy acertadamente lo que entonces sentía. La sensación de libertad y de poder sobre las cosas que se cruzan delante de tus ojos; la alegría que te irrumpe en el pecho al ver pasar la vida a toda velocidad a un lado y a otro de la carretera gritando una y otra vez de emoción, son cosas que no se borran y se repiten siempre que te subes a una de ellas.

 

Con los años, las actitudes y las velocidades varían, pero el viaje en moto sigue siendo un placer. Mirar el paisaje de frente, meterse por carreteras secundarias oliendo los pinos, los eucaliptos, la tierra mojada o calcinada por los incendios, es una forma distinta de entender la naturaleza, de vivirla muy cerca de la piel, de conocerla mejor. Los moteros lo saben. Sienten esa alegría del contacto directo con los caminos que recorren. Su pasión por el mundo se amplía a dos ruedas y suman a su cuerpo el cuerpo inmortal de su Kawasaki, de su Yamaha o de su perfecta, hermosa y única Harley Davidson.

 

Elsa López (La Opinión de Tenerife)

 
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Los moteros, y la pasión por sus motos

23 de Enero de 2013

Los moteros, y la pasión por sus motos
 
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