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Noticia

Atrás queda la calma de Olkón, el reducto buriato y sus gentes aisladas, en medio del lago rodeado de Siberia, su magnetismo y naturaleza en estado casi puro. En dos semanas expira mi visado. Regresar a la Unión Europea a buen ritmo son nueve días si no hay contratiempos. Entonces tengo tres para alejarme un poco más.

 

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Me encuentro ahora una duda que me asalta como un bandolero de la estepa, como un cosaco cargado de vodka, resaca y sueños: ¿y si existe un más allá? ¿Cuanto distancia habrá hasta el Pacífico? : unos 2400 en línea recta, pero me tocó la China, se ha cruzado en mi camino y no hay forma de conseguir ahora un visado, y ni me lo planteo. Además ya me advierten algunos viajeros que con la moto es imposible, aunque al parecer, pagando 100 USD diarios y un permiso especial te permiten entrar en su territorio.

 

No interesa, no compensa. Tengo que situar los pies en la tierra. Después de haber saciado la llamada del Baikal, de haber conocido la maravillosa Isla de Olkón, mi hambre de kilómetros no se había saciado: tenía franca curiosidad por saber si podría progresar hacia al Este.

 

Si pudiera encontrar la manera de salir de Rusia por el este... pillando un barco a los EEUU ,me pillaba un mes de excedencia y ya me daba la vuelta, por que es que me fastidia tener que retroceder, en el tren, por el tema de la visa. Es que Rusia son unas 36 Espanas... y todavia queda mas al este. Veo el cartel en la carreera de CHITA 1000 km y ya pienso, caramba, que cerquita,ja ja ja creo que se me va la pinza. Esto es como una droga, quiero mas, quiero mas QUIERO MAS.

 

Entonces, intuyo que estoy perdiendo la perspectiva de atrás, la que se ve por el retrovisor y me hace mirar al mapa y sudar pensando lo que queda para regresar: más de 10.000 km hasta poder coger el barco en Huelva y llegar a Canarias. No hago más que pensar en el levante. Dar la vuelta da pereza, francamente, y me pregunto qué obstáculos importantes me impiden seguir topalante. Verdaderamente no lo sé.

 

Bien, la situación es:

  • No tengo mapa, pues el que uso se me ha acabado en el Lago Baikal . Para el que no guste de los GPS, y avisando que pueden no funcionar en varias zonas de Rusia, recomiendo los mapas que se pueden encontrar en: www.reise-know-how.de
  • Mi visado termina el día 25 de agosto, y creo que me queda todavía mucho tiempo, pero a pesar de todo no soy consciente de lo lejos-lejos-lejos que estoy y pienso que siempre tendré tiempo a darme la vuelta y llegar a tiempo a la Unión Europea.
  • Todavía me queda dinero, no mucho, pero suficiente para sobrevivir y pagar el combustible. La reserva de dólares se está acabando y tendré que tirar de cajero, cuando llegue a una ciudad, si la hay.
  • Folixa Astur funciona perfectamente. Todavía le queda neumático de atrás para otros 5000 km. más y pienso que a la vuelta, quizás en Novosibirsk o en Omsk, si lo exprimo un poco, podré cambiarlo.
  • Aún estoy a tiempo de llegar a Canarias para incorporarme a mi puesto de trabajo, con lo cual no hay problema.

Comentando lo que entonces era una quimera a los rusos, como el que lanza un globo sonda a aquéllos que han lanzado tantos Sputniks, acerca de la posibilidad de rodar hasta Vladivostok, todos, sin excepción se ponían un dedo en la sien y lo hacian girar alante y atrás: estás loco chaval.

 

Disquisiciones viajeras mediante, ha llegado la hora de ir alejándose del Lago Baikal, pero hacia el sol naciente. Después de los ondulados rasantes de la no sé cuántas veces recorrida carretera Lystvyanka-Irkutsk, a la salida de la ciudad veo una gran hoz y un martillo, y paro para inmortalizar éste momento decisivo en el viaje, que cambiría mi destino, aquél que hube alcanzado con la punta de los dedos cuando llegué aquí hace  una semana.

 

Vídeo cortesía de Âèäåî ëþáåçíî: LemmingBY.

 

Las condiciones climatológicas en una moto siempre son recurrentes. En este crucial momento, sin saber lo que me voy a encontrar, los nubarrones de la cocina del tiempo de Siberia se tornan grises y la lluvia no va a tardar en acompañarme.

 

Por primera vez en miles de kilómetros voy a subir un puerto de montaña, regularmente asfaltado aunque esto ya no me importe tanto, y con curvas divertidas pero no para arriesgarse demasiado, al estar el firme resbaladizo. Los lentos camiones que circulan ascendentes por el único carril frenan la marcha e impiden los adelantamientos, hay que cambiar a tercera e incluso a veces a segunda, algunas curvas se cierran demasiado y en España serían de recomendación a 50 o 60 km/h.

 

Según me voy acercando al puerto de Kultuk (Êóëòóê), se forma una neblina empapante y la visibilidad se reduce. Al otro lado, está lloviendo ligeramente y en un promontorio veo a mis pies la localidad de Slyudyanka (Ñëþäÿíêà), de destartalado aspecto gris y algo sombrío, donde no asoma ningún edificio de más de tres plantas salvo la Iglesia Ortodoxa de turno, con un par de grúas portuarias y un espigón torturado que la apenan aún más, casitas de madera humildes poco cuidadas y sin filigranas en sus marcos, dinteles o ventanas.

 

Al contrario que en la isla de Olkón, donde todos los buriatos fueron amables e incluso simpáticos  -sin descuidar legítimamente su negocio con los turistas mochileros que por allí pululan-,  en Ulán Udé la mirada de sus gentes destaca más por su codicia que por sus ojos rasgados. Las contestaciones son secas con malas caras, las miradas insolentes, pareciendo que molestas, y antes siquiera de decir buenos días, tardes o noches ya están hablándote de dinero. Es una percepción que también comparten dos parejas de catalanes que se han alquilado un coche en Irkutsk y que me he encontrado en un chiringuito de verano que hay a la puerta del hotel, donde entre risas y nostalgias brindamos por España.

 

Antes de dormirme estoy dándole muchas vueltas a la cabeza, por primera vez desde que empecé el viaje. Tendré que volver a casa en algún momento antes de que expire el visado, pero las luces de la noche de Ulán Udé vistas desde mi habitación me envuelven en una nube exótica y en una ensoñación que me compele a seguir hacia el más allá, hacia el levante, topalante (...)

 

Empieza a ser norma no escrita que a la salida de las separadísismas ciudades estén las carreteras o en obras o sin empezar, y un Lada arrastrando un remolque con dos ruedas exageradamente bamboleantes a punto de encontrarse fuera de su eje, me inquietan y por prudencia espero a que abandone la vía, es un peligro rodante.  Adelanto y sigo otra vez solitario en la carretera al compás de la ladera de un hermoso río de aguas tranquilas y trasparentes, montañas medio dormidas de soledad y grandes bosques inmaculados de humanos. Cuando bajo de la moto a echar un vistazo todo está en silencio y no se oyen ni insectos, salvo un pequeño rumor sereno del fluir de las aguas abriendo valle.

 

Siberia como ámbito territorial político-administrativo no existe. Unos dicen que se extiende hasta el Pacífico; otros hasta la cuenca del Amur (àìóð) y otros dicen que es toda la Rusia al E de los Urales. Pero si existiera una límite paisajíistico estaría por aquí. En mi humilde opinión Siberia se está acabando y entramos en otra región distinta y que llaman Chitá.

 

Es una pena viajar por Rusia con un visado de un mes. Hay tanto que ver, que clama a la conciencia del viajero no poder parar unas horas o incluso días en uno de esos pueblitos de madera que se asoman de vez en cuando de entre los bosques y los anchos valles.Localidades casi desapercibidos, delatadas por postes eléctricos acusadores y desapareciendo éstos otra vez por los cortafuegos entre el monte. Apenas si estoy rascando la superficie de todo esto.

 

Unos cien kilómetros adelante tengo que parar en un alto para que absorban y retengan mis retinas el enorme paisaje de verde, llanura y río que se me regala. Como un largo gusano de juguete, aparece tras una colina un ferrocarril transiberiano que apenas se ve, en silencio, circulando despacio ahora mismo bajo mis pies quebrando el sueño de la estepa mientras sus pasajeros y yo contemplamos al S, al fondo, con un pellizco en el estómago, unas montañas que ya son China.

 

 

Ahora, las distancias de una a otra gasolinera empiezan a ser claramente mayores y hay que estar contínuamente atento y no descuidarse. El repostaje de emergencia con el bidón extra de 10 l. que llevo en una de las maletas se antoja inevitable, cuando aparece por fín el ansiado surtidor. Qué suerte. La familia de un Lada me mira atónita, estupefacta, sin ningún disimulo y yo les correspondo con una instantánea. Desde que salí de Irkutsk, percibo que soy un bicho aún más raro que antes para las personas que me voy encontrando, cada vez me miran con más asombro y perplejidad y ya es la gente la que directamente viene y me pregunta: en éste caso un tipo gordo medio trompa que se baja de un coche y gesticula lo de siempre, de-dónde-vengo-a-dónde-voy.  Le digo a ver si me hace un vídeo y dirige mis pasos para enseñarme una motocicleta  muy chula que está detrás de la gasolinera, marca nisesabe:mola.  Al lado de una cruz ortodoxa solitaria en la cuneta , como queriendo querer homogeneizar de nuevo las creencias.

 

Kilómetros adelante empieza a verse esto algo menos despoblado y no tan llano. Una casita recién terminada está coronada por un tejado a cuatro aguas que recuerda al de una pequeña pagoda, pero el color amarillo chillón desentona totalmente alrededor. No hube visto antes una igual.  Y hay una valla, ¡ una valla  pardiez ! Bajo los cúmulo-nimbos que se van abriendo al sol de la tarde, pasados dos o tres colinas someras, una masa de agua dentro de un insólito cercado donde pastan y beben plácidamente los caballos. No sé si es un lago o un charco inmenso, está todo coloreado con un alegre verde pradera, sus florecillas amarillas, violetas, simpáticas y un pueblín a su orilla. Todo bucólico y pastoril, pero sin pastora y con los delatores postes eléctricos que nos ayudan a detectar a el pueblo, por que esto es muy grande y hay que fijarse a veces en ellos para verlos.

 

Antes del ocaso llego a Chitá, al menos eso creo. Al fondo se divisa una ciudad y una gran chimenea, y parece que ya está  ahí al lado, pero no llega, no llega. Aquí las distancias engañan mucho, y como hay pequeñas colinas que te permiten divisar el panorama, crees que estás cerca cuando en realidad la perspectiva abarca muchos kilómetros. Me han pasado ya tres coches escopetados, no entiendo por qué, normalmente soy yo el que los pasa, cuando los hay. Hay chica dentro de un coche semideportivo está aparcada en el arcén al lado de ningún sitio, con la mirada perdida en la ciudad, ída, inmóvil, ausente y cara de derrota.

 

Esta vez sí, hemos llegado Chitá. Hay un control policial a la entrada de la primera rotonda que indica la ruta para Jabarovsk, donde están parados lo menos 15 coches de gran cilindrada. Comprendo entonces que están haciendo carreras ilegales y por eso aquéllas velocidades. Veo que el escudo de Chitá tiene un toro muy parecido al de esos deportivos italianos, los Lambo. Pura coincidencia. Aquí finaliza la M 55 y empieza la carrretera del Amur, (Àìóðñêîé ìàãèñòðàëè)  la M 58 y que continúa durante 2165 km. hasta Javárovsk (Õàáàðîâñê).

 

Sin ánimo protagonista, policías y corredores observan detenidamente nuestro pasar al unísono, como el público que está viendo un partido de tenis, pero yo sigo a lo mío y ahora tengo que encontrar un lugar donde hospedarme. Hay una avenida larguísima que lleva al centro de la ciudad, pero me da pereza meterme y después de descartar un par de hoteles ubicados al lado de lo que parecen ser unos casinos o unas salas de fiesta, con luces de colores y brillantinas, me decido por el más sencillo y discreto, donde no hay algunos  coches aparcados en la calle sin asfalto, a las afueras.

 

El vigilante es un ruso del vodka de nariz roja, alto y algo desaliñado, que me indica amablemente dónde puedo aparcar la moto. La recepcionista parece muda, pero no es que sea antipática, es que tiene cara de resignación y aburrimiento. Estoy cansado y llevo horas sin comer, pues pasé un bar hace más de 200 km,  cometí el error de no parar y no he visto otro por el camino desde entonces.Tengo hambre.

 

Después del ya clásico de-dónde-vienes-a-dónde-vas, resulta que le caigo bien al vigilante, beodo, esputante y gritón. Parece que lleva un audífono sin pilas, pero no: el habla así, alto, claro y como enfadado. Evidentemente en ruso. Es una simple pose, por que el hombre este, Jaroslav, es buena gente y encaja perfectamente en el papel del protagonista del  aquél chiste de uno que se tragó un altavoz. Tengo que quitarme las gafas cada poco tiempo para limpiar los esputos.  Yo, que íba a comprar algo de comer en un colmado que había visto cerca unos bloques de apartamentos raídos y desconchados, ante su cansino y obstinado volumen bruta,l me invita a que vaya a su habitación. Una vez dentro empieza a abrir conservas de pescado, verduras precocinadas calentadas en un hornillo de camping-gaz, pan, uvas y vodka y más vodka. Cuando termino un vaso él se ha bebido cuatro. Más que beber, engulle.

 

La situación es chocante y desconcertante. Dentro de la habitación con una ventana alta a la que no te puedes asomar ni siendo jugador de baloncesto, hay una nevera, la mesilla de noche, una balda que hace las veces de mesa y almacén de latas y envases de comidas no perecederas, el baño, una silla, un perchero y un ventilador de aspa ruidoso. En la cama de matrimonio, ahí mismo, está su mujer con los rulos, camisón de lunares y una lima con la que se hace la manicura viendo un programa de variedades, medio tumbada, tan tranquila. Al verme, sin sorprenderse ni un poquito, con parsimonia casi burocrática y muy púdica ella, se viste una bata de felpa con bolitas para no insinuar tanto sus curvas rechonchonas de más de cuarenta y muchos extiendiéndome como una camarera en un bar el plato con las verduras calientes que coje de la mesilla de noche llena de tazas de porcelana fina y platos usados, sonríendo y extendiéndome la mano para que la salude, al tiempo que abre uno de los cajones para sacar un tupper.

 

Yo estoy de pié buscando una silla, pero está ocupada por la ropa de ésta pareja. Entonces tengo que sentarme en la cama al lado de ellos. Debe ser normal recibir visitas de ésta manera, pues no muestran ninguna cara rara ni la más mínima actitud o mirada libidinosa, lujuriosa, procaz. Tras tres vasitos de vodka, doce de Jaroslav y ya cenados sobre la cama,la mujer está ajena a nosotros, teleatontada. Varios intentos con la guía de conversación ruso-castellana, no dan los frutos necesarios, para hablar de algo. Tampoco hace falta, pues estoy incurso en su intimidad, sin importarles siquiera un pimiento precongelado. La para mí extrañísima situación hace, el idioma y la cogorza que lleva Jaroslav, hace que afortunadamente deje de prestarme atención y desvían su mirada al programa de variedades. Allí donde fueres, haz lo que vieres.Me aburro y me quiero ir. No les molesto, pero se han olvidado de mí, que estoy sentado es su cama. Esto es un delirio. Tras 2 minutos interminables me siento tan fuera de lugar que le indico a Jaroslav que me voy. Imposible hacerlo sin beber otro vaso de vodka. Y van cuatro. El lo bebe como si fuera agua debe llevar unos dieciséis, estilo esponja.

 

Mi sensibilidad al alcohol provoca que sus efluvios, desconocidos desde que salí de España, afloren, acunen y me adormezcan. Añadido el desconocimiento de la dirección que voy a tomar mañana; él extraño vigilante y su mujer; los contínuos derrapes de coches y motores en escandalosa acelaración que se oyen en el exterior, la amalgama religiosa... estoy francamente confuso y patidifuso. Intentaré al menos encontrar un mapa en Chitá para conocer exactamente dónde me encuentro y lo que me queda para volver.

Una fantástica luna de feria está luchando con las nubes para desnudarse y quedar impune, como queriendo iluminar el camino del E.En ese choque no hay un claro vencedor y el cielo queda fragmentado, roto, abroncado. Ahora el beodo soy yo, menos mal que mi habitación en el mismo piso y con el cansancio, a pesar de los contínuos ladridos de un perro que parece que se afana en querer apagar la luz, duermo como un lirón.

Vuelta al mundo por el hemisferio norte. Cap.12+1
Nuestro amigo Ignacio, desde que partió desde el puerto de Huelva, lleva recorridos a lomos de su Yamaha FZ6 Fazer, unos 9800 km y se encuentra ya en la localidad rusa de Alzamay, situada al norte de Mongolia y muy cerca de su objetivo; el lago Baikal

 


 
 
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20 de Abril de 2012

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