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Noticia

Nuestro amigo Ignacio, desde que partió desde el puerto de Huelva, lleva recorridos a lomos de su Yamaha FZ6 Fazer, unos 9800 km y se encuentra ya en la localidad rusa de Alzamay, situada al norte de Mongolia y muy cerca de su objetivo; el lago Baikal

 

Puedes seguir la aventura de Ignacio en su Web http://topalante.es

 

Etapa 12+1: Krasnoyarsk (Rusia) - Alzamay (Rusia)

 

A pesar de haberme acostado de día, duermo unas horas y me voy a comer algo para reponer fuerzas. Kansk no es un lugar que destaque por nada. Al menos Cheljabinsk, recordémoslo, destacaba por su mediocridad, paradójicamente.

 

Kansk es un  pueblo grande de 94000 habitantes, con status de ciudad fundada, en 1628  como una de las fortalezas militares de madera más antiguas que se construyeron a lo largo de toda Siberia y de la que no queda ningún vestigio. De esta manera  permitía a  Rusia  extenderse, asentarse en éstas tierras y evitar los frecuentes ataques de los Kirguizes.  A partir del mediados del siglo XVIII empezó a utilizarse como "kátorga" ка́торга,(del griego katergon, galera o según otros del tártaro, katargá, morirse), un sistema penal de la Rusia Imperial, donde los prisioneros eran enviados a campos remotos en  éstas vastas y deshabitadas áreas de Siberia y sometidos a trabajos forzados, en instalaciones muy simples. En ellos se basó posteriormente el régimen de los tristemente famosos gulag, tan magniíficamente descritos por Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn ( Алекса́ндр Иса́евич Солжени́цын), Premio Nobel de Literatura.

 

Un muchacho con su moto se me acerca en la plaza del centro del pueblo, presidido por otra iglesia ortodoxa más, para preguntarme la marca de mi Folixa Astur, contemplándola, y nos hacemos una foto.El tiene una ZZR,  de los 90 la primera que veo desde que entré a Rusia.

 

 

Demasiado tétrico para mi gusto y a pesar del buen tiempo, encuentro a éste lugar despacible y antipático y después de cambiar divisas en uno de los únicos tres bancos que encontré decido continuar mi marcha, ya entrada la tarde, a ver qué pasa. Hay tramos malísimos sin asfaltar para una moto de carretera y avanzo muy despacio.Las posaderas me vuelven a advertir: ya está bien.

 

Estamos a punto de entrar en el Oblast de Irkustk (Иркутская область), en la región donde se encuentra el Lago Baikal, todavía a unos 750 km de aquí. Además de la sirena del Baikal, ahora oigo tambores. Soy consciente que son alucinaciones auditivas, que en realidad es mi mente, y mi corazón, que empieza a bombear entusiasmado.

 

Me encuentro con un cartel que pone Nizhnyaya Ingash, "llanura aluvial". A un kilómetro, me encuentro en Nizhnyaya Poyma  (Нижняя Пойма ) a unos ciento y pico de Kansk, un pueblín formado por una fila de hermosas casitas de madera a cada lado de la carretera. Estamos a punto de entrar al Oblast de Irkustk (Иркутская область) .Toda una sorpresa después de ver las grises aldeas de madera y uralita de otros pueblos. También son humildes, pero están pintadas de todos los colores,  coquetas, auténticas, como de cuento, tienen algo de mágicas.De los alféizares  cuelgan flores, de los marcos filigranas de madera y floripondios, encajes de artesanía  y mucho concierto. Este pueblo huele a campo, a flores y fragancias de madera recién cortada. Respiro profundamente y me dan ganas de quedarme aquí. En la tarde soleada, y a baja velocidad, saludo a sus habitantes, que me responden amables con sonrisas y moviendo la mano, llenos de vida y alegría. Hay una atmósfera muy familiar.Se les nota contentos, será por el buen tiempo. Se ven bastantes sidecares Ural, empleados para el transporte de enseres agrícolas.

 

Unos adolescentes están reparando uno y a mi paso, me hacen la uve motorista. Parece una estampa extraída hace 50 o 60 años. No se ven antenas parabólicas, tampoco tiendas, gaztenitza o gasolinera, y está todo muy ordenado, limpio y cuidado. Al final del pueblo hay un taller y unas casas también de madera pero de nueva construcción,pintadas de rojo y amarillo, intentando aprehender el estilo de las otras, sin éxito.

 

Una señora viejísima, con la cara arrugada como una pasa y ojos profundos y húmedos está apilando  lenta y cuidadosamente madera en una leñera. Me acerco y bajo de la moto a hacer unas fotos. Me hace señas y dice que me acerque, y que me siente a su lado. La comunicacón verbal es imposible, pero una sincera sonrisa hace el resto. Su marido y sus bigotes, asoman de dentro de la casa y al rato sale con una taza de té en la mano. Estamos allí callados, a gusto, disfrutando de la tarde. La señora es cariñosa y a veces me da una palmadita en la espalda, diciendome con voz melosa seguramente palabras bonitas, por que suenan bien. Parece que le alegra que un extranjero como soy se haya parado a interesarse por su casita amable y acogedora, embellecida por los rayos del sol y el canto de los pájaros.Y siento que  me trata como si fuera su nieto, con mucho cariño. Nos hacemos unas fotos con la cámara digital y sus caras se llenan de sorpresa cuando se las muestro en la pantalla y amplio y reduzco sus retratos. Se quedan maravillados, atónitos y la señora, con gran dignidad y unas solemnes manos bregadas por toda una vida de sacrifios, se atusa el pelo, presumida. Reímos, ella a carjadas, dando otra vez palmadas sobre mi pierna. Me coje la mano y empieza a cantar una melancólica canción rusa.No entiendo nada, pero suena a poesía épica. Dentro de todo ruso hay un poeta y un campesino. Me hubiera gustado mucho saber qué decía.  Si hubiera una cara de la supervivencia, sería la de ésta señora, de unos 90 años.

 

 

A la salida del pueblín, en una casa rojigualda como nuestra bandera, una señal indica que estamos a 1111 km. de Krannojarsk. Entonces llego a Tayshet  (Тайшет), a unos 175 km de Kansk. estratégico cruce de ferrocarriles donde parte la línea Baikal-Amur o BAM y se construyó un depósito ferroviario. Asímismo era el centro administrativo de los gulag de Oserlag y Angarsktroi, sufrido sobre todo por prisioneros alemanes y japoneses en la II Guerra Mundial. Un monumento conmemorativo de la contienda, como en tantas ciudades en Rusia, recuerdan a los caídos.Yo paso de largo, por si acaso, por que quiero dormir de noche y por que entre tantos kilómetros, husos horarios y el cansancio acumulado, obligan.

 

Esta etapa presagio  va a ser muy corta. Al salir de aquí encuentro otra vez algunos kilómetros, 20 o 30 sin asfaltar, pero que no están tan mal. Otro paso a nivel. Esta vez está más animado y hay coches. Una campesina con un saco papas, un cubo y aspecto de ída, se me acerca mientras espero suba la barrera y me mira extrañada. No entiendo de dónde sale, por que en 45 minutos no he visto ni una sola casa. Toca la moto, toca el macuto y me dice en voz alta, balbuceando entre los huecos de los pocos dientes que le quedan no se qué y al enseñarle la foto que le hago, al igual que la señora del pueblo anterior, rie a carcajadas y me pide que le haga otra.Esta vez me hace un saludo marcial. Quizás sea porque llevo un macuto del Ejército. Qué gente más maja.

 

Un par de kilómetros más adelante me encuentro otra iglesia y un camino a la izquierda que debe ir a una zona de baños en algún río, pues veo caminando a unas unos muchachos en bañador que vienen de allí y a unas chicas con unas palanganas, que parece que van a lavar alguna colada. Pero no tengo tiempo, quiero encontrar un lugar para dormir más de cuatro horas, y salir mañana al alba hacia Irkustk.

 

Y lo que ya empieza a ser habitual: pocas  gaztenitzas, sólo una, que encuentro en ésta noche ya  cerrada y calurosa,  completamente a rebosar.  Hay unos 30 camiones y otros tantos coches aparcados, todos rusos, un bar donde sirven comida rica y barata y gente que me mira curiosa. Pero ni una cama. Está a tope.

 

Este lugar no tiene nombre, que yo sepa. La gaztenitza está en la M53 y hay un cruce hacia el norte hasta donde al parecer se llega  a un  pueblo llamado Alzamay o Alzamai, a unos cinco kilómetros, que no llegué a visitar.

 

Esta va a ser mi primera vez durmiendo bajo las estrellas. Y las nubes de mosquitos. Primero pienso si montar  la tienda, sin embargo la noche cargada de caliente humedad decide que será mejor un vivac. Me separo de aquél local y me interno en el bosque. El saco realmente no hace falta:  entonces me acuesto  vestido, con las ropas de motorista, los guantes, un gorro y un pasamontañas, pues los temibles mosquitos siberianos me comen. Con la nariz como única superficie de piel expuesta al exterior, no tengo más remedio que dormir con el casco puesto. Dormir es más bien una quimera. Tengo calor y si me quito la chupa va a ser peor. Atacan por cualquier flanco, agresivos sin piedad, ni yo para ellos. Mala noche, batalla continua de palmadas y siempre en guardia por no quedar al descubierto. Entomológico zafarrancho de combate en el que un repelente es incapaz de lograr siquiera una tregua. Necesitando descansar, apenas duermo tres horas del tirón. Salvajes estos mosquitos siberianos.

 
 
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