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Patagonia, en moto hacia el fin del mundo...

15 de Septiembre de 2009

Patagonia, en moto hacia el fin del mundo...

Hemos recorrido una gran parte del Cono Sur (Chile-Argentina), han sido cerca de 6.000 km por todo tipo de carreteras y caminos. El placer, la tranquilidad, la aventura, la paz, la naturaleza y, sobre todo, sus gentes marcarán nuestra vida con el proyecto personal más ambicioso realizado a dos ruedas: llegar al fin del mundo.

 

Sentados en una terraza de un bar de Barcelona hace 3 años, mi amigo Joan Pena y yo (Miguel Centeno) nos hacíamos la siguiente reflexión: “Debe ser increíble rodar en moto por la Patagonia, por la mítica ruta austral de Chile y la Ruta 40 de Argentina, hasta llegar al fin del mundo, donde se acaba todo, más allá ya no hay nada, únicamente el hielo de la Antártida”.

 

Tras un par de años preparando el viaje, se unieron dos personas más al proyecto, Joan Belmonte y Jordi Galindo. Éramos cuatro, ideal para un viaje largo y duro. Hicimos gestiones para cerrar los vuelos Barcelona-Santiago de Chile, hoteles, alquiler de motos, qué ver, qué hacer, dónde ir... hasta que el día llegó.

 

Tras 12 largas horas de avión cruzando el charco, aterrizamos en Santiago (Chile). Una vez en el aeropuerto, otro vuelo, en este caso interno hacia Osorno, donde nos esperaba en el aeropuerto Edelweiss, la persona de contacto de la empresa de alquiler de motos. Después de pasar todo el día con verificaciones, papeleo, seguros y demás, salimos en ruta hacia el fin del mundo con casi 6.000 km por realizar. Íbamos los cuatro amigos, tres BMW GS 650 c.c. y una Honda Africa Twin bastante vieja y rodada que nos estuvo dando problemas durante todo el viaje.

 

Ya en marcha desde Osorno seguimos la Ruta 5 divisando a nuestra izquierda el fascinante volcán Osorno, que durante unas cuantas horas fue nuestra referencia hasta llegar a Puerto Montt, pero pasamos de largo, ya que teníamos contratado un ferry que nos llevaría hasta la isla de Chiloé atravesando el canal de Chacao en un trayecto que dura unos 40 minutos. Una vez embarcados en el ferry, la gente nos preguntaba de dónde éramos y se extrañaban con nuestra contestación. Para los chilenos, los españoles somos de la madre patria; este discurso lo escucharíamos durante todo nuestro viaje hasta el fin del mundo.

 

Así llegamos a Quellón, ciudad donde comienza la mítica carretera Panamericana que une las tres Américas y cruza once países, con un total de 20.000 km Luego cogimos el ferry que nos lleva a Chaitén por el golfo de Corcovado; el traslado dura cerca de cuatro horas y en todo momento se divisa el majestuoso volcán con el mismo nombre.

 

Atracado el ferry, la Africa Twin de Joan comienza a dar problemas: no acelera y el motor se recalienta. Tras un primer vistazo, nos dimos cuenta de que un cilindro no funcionaba y preguntamos a la gente de la pequeña ciudad de Chaitén dónde conseguir un mecánico; nos enviaron a un hombre que se dedicaba a arreglar motores de barcos. Fernando, que así se llamaba, puso toda su voluntad en sacarnos del apuro, incluso se fabricó una llave de bujía, desmontó el motor, limpió el cilindro y volvió a montar la moto; Joan la probó y le comentó a Fernando que iba mejor que cuando la recogió en Osorno. Después de tres horas de trabajo nos pidió cerca de 10 dólares, pero Joan –al ser conciente de que le había salvado el viaje– decidió darle 20. No hubo tiempo para más y decidimos quedarnos a dormir en la ciudad costera de Chaitén. Cabe comentar que los chilenos son gente muy hospitalaria y nos ayudaron en todo hasta nuestro objetivo final.

 

En Chaitén comenzamos la mítica Ruta 40, ya entrados en la Patagonia chilena con los últimos 40 km de asfalto hasta El Amarillo. A partir de dicha población entramos en el ripio (camino de piedras); los paisajes son tremendamente bonitos, pero debes estar muy pendiente del camino, un ojo en el paisaje y otro ojo en el temido ripio. Si a esto le sumas los animales sueltos, la calamina (eje central de la carretera con acumulación de piedras), las curvas peligrosas y pronunciadas..., realizar el viaje en moto o bici se convierte en una aventura total.

 

Grave accidente
A 60 km de la Junta, nuestro compañero Joan Pena sufrió una tremenda caída por culpa del temido ripio: se fracturó ocho costillas y el fémur. La cara de dolor de Joan era horrible; entre todos intentamos sacarlo de allí rápidamente, pero no teníamos medios, suerte de la hospitalidad de los patagónicos chilenos. Un lugareño se ofreció a llevarlo en su pick-up hasta la Junta donde había un puesto de socorro. Allí, los bomberos, los médicos y todo el personal se pusieron a trabajar para evacuarlo de la zona lo más rápido posible y llevarlo al hospital más cercano, que se encontraba a unos 600 km La avioneta no tardó ni media hora en aterrizar y trasladar a nuestro amigo Joan a Coyhaique.

 

Hicimos noche en ese pequeño pueblo de la región chilena de Aisen y salimos con dirección a Coyhaique para ver a nuestro amigo al hospital. Era un día de contrarreloj, aunque era la ruta más bonita con diferencia: 600 km por carretera de ripio, subiendo y bajando montañas. A pesar de que íbamos con prisas, había momentos para presenciar los fantásticos paisajes patagónicos, con numerables ríos, montañas, cascadas, lagos que pertenecen a varios parques nacionales, como la Reserva Nacional del Lago Rosselot, el Parque Nacional Queulat (en la bonita población de Puyuhuapi), la Reserva Nacional Lago Las Torres, la Reserva Nacional Mahuales o la Reserva Nacional Coyhaique.

 

Una vez en la ciudad de Coyhaique, fuimos directos al hospital Regional. Joan estaba en la cama dolorido y con los ánimos bastante bajos, realizando gestiones para la repatriación a España. Nos quedamos en Coyhaique 5 días con él, hasta que todo el tema del regreso a casa quedó zanjado.

 

Salimos de Coyhaique y volvimos a disfrutar del asfalto y de los paisajes, pasando por la Reserva Nacional Cerro Castillo, que cruza en su totalidad la mítica Ruta 40. Esta vía nos llevó hasta Puerto Ingeniero Ibáñez, donde nuevamente debíamos coger un ferry para cruzar el lago General Carrera, que cambia de nombre en Argentina pasando a llamarse lago Buenos Aires.

 

El ferry nos dejó en la bonita ciudad de Chile Chico. Descargando las motos del ferry, la Honda de Joan sufrió otro percance, un pinchazo. Nuevamente, la buena gente de la Patagonia chilena nos ayudó a solucionar este pequeño infortunio.

 

Una vez solventado nos pusimos en camino hacia la frontera con Argentina. Papeleo, aduanas, burocracia, sin contratiempos. Pusimos dirección a la población de Perito Moreno –nada que ver con el glaciar, únicamente comparten nombre–. Dicha ciudad está ubicada en la Provincia de Santa Cruz, justamente en el cruce de la Ruta 43 con la 40, y tiene un fantástico atractivo, ya que ofrece un bello paisaje andino-patagónico.

 

Bajo Caracoles
De nuevo se acaba el asfalto y comenzamos con el ripio, esta vez en muy mal estado. Los sustos son constantes. En este tramo estaba bastante bacheado y con una calamina más pronunciada y peligrosa que de costumbre, según nos decían los lugareños, y se le sumaba el frío y la falta de luz, estaba oscureciendo y aún nos quedaban cerca de 140 km hasta el hostel en Bajo Caracoles.

 

En este último trayecto hasta llegar al hostel no nos cruzamos con nadie, únicamente con los animales sueltos del desierto patagónico. El silencio que allí reina es incluso molesto para unos chicos urbanitas como nosotros, pero la paz que transmite es indescriptible, tan sólo estás tú y tu máquina.

 

Llegamos con noche cerrada a Bajo Caracoles, una población de 30 vecinos, paso obligado para los turistas que se dirigen a otros destinos y un lugar patagónico para encuentros con los paisanos. Además, también se encuentra el único surtidos de nafta (gasolina) hasta el siguiente pueblo, Gobernador Gregores, a 340 km de distancia.

 

Lo primero que hicimos en Bajo Caracoles fue repostar, tanto el depósito de la moto como el depósito externo que llevábamos, no nos hacia gracia quedarnos sin nafta en medio del desierto. Ese nuevo tramo fue también muy duro y con bastantes kilómetros de aburrimiento, menos algunas pinceladas como las zonas de La Pampa del Asador, el lago Strobel o el lago Cardiel con su color turquesa impresionante. No obstante, debes estar más pendiente del ripio y la calamina para intentar controlar la moto y no caerte en los casi 700 km de ruta hasta llegar al Calafate, donde reencontramos el tan esperado asfalto.

 

Calafate
Calafate, la ciudad nacional de los glaciares, también es una buena zona para probar el delicioso asado. Está rodeada de naturaleza en todo su esplendor y quizás sea la población argentina con más paso de turistas de todas las nacionalidades.

 

Salimos temprano con las motos hacia el ventisquero Perito Moreno, del que únicamente nos separaban 80 km. La ruta era de asfalto y bastante tranquila, como hasta ahora, muy poco tráfico, y dejábamos a nuestra derecha el lago Argentino, que baña la ciudad de Calafate.

 

A medida que nos íbamos acercando al glaciar, las caras de los compañeros eran de asombro total. Al llegar al mirador del glaciar, lo que se divisa es inenarrable... inmenso, precioso. La lengua mide aproximadamente 5 kilómetros y es una de las reservas naturales de agua dulce más importante del mundo. Tuvimos la ocasión de presenciar la rotura de un témpano, resulta espectacular cuando cruje el hielo, el sonido es muy penetrante.

 

Después de despertarnos en unas cabañas bastante confortables y ya algo cansados de rodar en moto, seguimos camino hacia nuestro objetivo. El frío del mes de marzo comienza a ser más intenso, comparado con las temperaturas estivales del centro de Chile. Continuamos por la Ruta 40 en un principio asfaltada, pero la alegría dura poco; a la altura de El Cerrito, volvemos al ripio. Sin embargo, esta vez estaba mucho mejor para rodar, había llovido toda la noche y el terreno no estaba tan duro como en tramos anteriores. Lo que nos preocupaba esta vez era la falta de nafta durante el recorrido, paramos a repostar en un YPF, pero nos comentó el tipo que llevaba tres días sin abastecimiento y que seguramente encontraríamos nafta en Río Turbio, a 120 km.

 

Llegamos por los pelos sin gota de gasolina a Río Turbio, ciudad minera del carbón y a escasos 9 kilómetros de la frontera chilena, hacia donde nos dirigíamos. En el puesto fronterizo tanto los carabineros como los gendarmes se interesaron por nuestra ruta y estuvimos conversando largo y tendido.

 

Nuevamente en territorio chileno, nos dirigimos a Puerto Natales. A mi personalmente me encantó esta ciudad magallánica; es uno de los pueblos más australes del país andino y donde se come el mejor marisco. Salimos a tomar unas copas por el centro y nos llevamos una grata sorpresa en los pubs y discos de la zona con un ambiente estupendo. Hicimos amistad con unos turistas griegos que estaban haciendo un crucero por la zona y que nos invitaron a degustar el famoso coñac griego Metaza y a brindar por nuestra aventura y nuestro objetivo.

 

Volvimos a madrugar y pusimos nuestra brújula hacia Torres del Paine, pero nuevamente la Africa Twin…

 
 
Fuentes de la noticia

www.solomoto30.com

 
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