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Viaje en scooter por la Serranía de Cuenca01 de Septiembre de 2009
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Ángel, te llamo porque de nuevo vuelvo a tener tres días libres que si los unimos al fin de semana llegamos a cinco, y saliendo el viernes por la tarde incluso los podemos estirar hasta cinco y medio. ¿Qué te parece si aprovechamos para divertirnos 'un mucho' con nuestras monturas?.
¡Estupendo, yo creo que también podré conseguir esos días de "relax”, je, je!". "¿Y qué recorrido nos hacemos esta vez?. "¿Te acuerdas de cuando hicimos la Ruta de Albarracín y nos quedamos con ganas de conocer a fondo la serranía de Cuenca? Pues yo creo que ha llegado el momento de visitarla. ¿No te parece?". "¡Fenomenal! ¡Ahora mismo bajo a dejar como la patena mi Zing y a preparar la bolsa". "¡Pero si aún nos queda una semana para ponernos en ruta, y para entonces a lo mejor tienes que volver a pasarle la bayeta a tu custom, je, je!". "Como tú dices, Pedro, se comienza a gozar de un viaje desde el momento en que empiezas a prepararlo, así que yo me pongo manos a la obra ya mismo".
Dicho y hecho, el viernes de la semana siguiente quedamos para comer ya con nuestras motos y equipajes listos para emprender una nueva aventura scootera-motera. Con un soleado día de otoño abandonamos megalópolis y poco después volvemos a disfrutar galopando por nuestras ansiadas carreteras secundarias o terciarias que parecen estar a nuestra entera disposición. Tanta soledad nos transmite una paz interior que nos relaja dichosamente. Nuestra primera visita programada es a la sosegada y monumental Huete, con su sobrio palacio episcopal, ornamentales iglesias, la neoclásica Torre del Reloj y su elevado castillo en ruinas, al que llegamos tras superar una empinada cuesta sólo apta para versiones trails o intrépidos aventureros como nosotros. Desde lo alto de la fortaleza contemplamos la convivencia entre el hombre y la naturaleza: rocas transformadas en muros y tierras rebeldes convertidas en fructíferos campos. El resultado de esta simbiosis es, si cabe, más bello cuando sobre él vemos caer el manto púrpura del ocaso.
Mi moto necesita una transfusión
A la mañana siguiente nos levantamos casi a la par que el sol, y nos fuimos a inmortalizar junto a las típicas Casas Colgadas, y casi que nos quedamos más bien congelados allí, porque la temperatura yo creo que debía rondar los 0 grados. Menos mal que según fue despertando la estrella solar fuimos recobrando la sensibilidad en nuestros dedos petrificados. Ya en Uña aprovechamos para tomar el sol en su sosegada plaza, y deleitarnos frente a la hermosa laguna de aguas turquesas que reflejan la simetría del bello paisaje. Y como el campo da hambre, pues nada, a recobrar energías con unos buenos bocatas de tortilla casera.
¡Eh, toroscooter!
Tras una ducha nos vamos a cenar y aprovechamos para recordar lo que ha dado de sí el día, y comentamos las mejores jugadas de la jornada: “Te acuerdas del hombre de la plaza que nos contó… ¡je, je!… Sí, claro, qué buena gente son estos conquenses…”. Apenas nos hemos cruzado con otros vehículos por estas carreteras secundarias, y mi amigo Ángel me dice que es por este tipo de vías por las que le gusta viajar, se siente cómodo, a gusto, y además con su 125 disfruta sin estrés, y la ligereza de peso de su Zing le permite disfrutar del paisaje, lo que con otra más pesada y potente le resultaría más complicado, aparte de que tendría que sacarse ya el carnet de moto. A las doce de la noche estamos ya en la cama, y aprovechamos para ver el comienzo del programa de Buenafuente, y tras unas carcajadas decimos definitivamente adiós a la etapa de hoy. Fuentes de la noticia
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