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Noticia

Indagando en los archivos de la memoria, me vino a la mente un personaje que me sorprendió bastante a principio de los noventa,  en la zona del viejo estadio, en Pio XII. Me llamó la atención un señor alto, espigado. Entrado en años. Flaco. De porte señorial con un MG deportivo, de aquellos de dos plazas, muy bonitos y bien mirados en la época.

 

D. José Rivas, quería cambiar el aceite, engrasar y el mantenimiento, de aquel vehículo, que después de observarlo, estaba bastante cochambroso. D. José hablaba un tanto extraño. Yo capté que aún en su cordura, estaba fuera de su tiempo, por que constantemente traía al presente, su anclaje de un pasado esplendoroso comercial. Me habló de otro, en color blanco, que lo usaba menos. Cuando iba al sur, u alguna reunión importante. Y hablaba mucho y en su tiempo, como un actor interpretando un rodaje en los años cincuenta

 

Después de mi admiración y respetos, me invitó a que pasara por su negocio. Vendía motos extranjeras, de muchos países. Repuestos y una infinidad de cachivaches que agitar o mi conciencia más retro. Me dio una tarjeta, con su dirección. Me regateo el precio en pesetas del cambio de aceite. Y me dejó unos duros de propina, para el café. Se subió en el carro y desapareció, como si acabará de ver a un jinete del tiempo.

 

Volvió varias veces más, en meses posteriores al mantenimiento. Y el deterioro de actor de otro tiempo, aumentaba...

 

Una tarde, me fui a su tienda ante la curiosidad de conocer más al personaje. En Alfredo Calderón, 19. Una vieja fachada, con ventanas con rejas, cristales opacos de la suciedad rosa del tiempo. Un triste cartel de bandera, encina la puerta, delataba que estaba ante el negocio de "Pepito". Una sola hoja de la puerta abierta, mostraba que poca gente pasaba aquel umbral. Toqué y llamé... Y la voz de Pepito, me recibió, con un:

 

- ¡Adelante Señor! Está su casa.

 

Imagínense lo que había allí. Era una tienda de aceite y vinagre. Pero de auto repuestos.  Estanterías llenas de cajas con recambios antiguos. De coches, de motos, de bicicletas. Ruedas colgadas, cables, fundas, retrovisores, y un montón de cosas, en lo que mis ojos, se movían,  como los dígitos de un bingo alocado. Me quedé absorto y atrapado por el escenario. Me dirijo a unas motos chinas antiquísimas que tenía allí y empezó a preguntarle por todo aquello. Él sonreía, como quien sabe que tiene una presa de su negocio.

 

Cuanto vale esta "Jialinm" un ciclomotor viejo, que debió llegar allí, en el 45. Había tres o cuatro. Y estaba esperando otro pedido, que estaba en puertas. Y ahí empecé a sorprenderme de mi mismo. Mi interés por todo aquello, estaba fascinado por hacer de actor también, con D. José. Me puse hablar en pesetas. Pase siéntese, que podemos llegar a un acuerdo. Usted es hombre de Ley.  Y haremos algún buen negocio para los dos. Una triste silla de madera, una mesa en una esquina,  llena de data logos viejos y cartones sobre escrito, con sumas y garabatos. 

 

- Le voy a dar un precio, extraordinario, estas unidades se las dejo a 92.000 pts.

 

- Pero. Pepito. Me tiene usted que arreglar ese precio.

 

- Por supuesto. No se preocupe. 

 

Después de regatear media hora, y de sobreactuar y de escuchar las lindeses técnicas y tecnológicas de aquellos "yerros", conseguí un principio de acuerdo. Hasta el último precio 88.000 pts. 

 

- Y tenga usted en cuenta que es un precio especial. Por que quiero o liquidar los modelos anteriores. Que me entran los nuevos, la próxima semana

 

Me costó llegar a la puerta y prometerle volver al día siguiente interesado en el Ciclomotor.  ¡Santo cielo! Casi no escapo de la tienda encantada y el tendero loco de atar.

 

Cuando toqué la acera de Alfredo Calderón, fue como si me escupiera de nuevo al siglo veinte. ¡Acabo de vivir un sueño! ¡Que pasada!  Pensé. Sinceramente este relato da para un libro.

 

D. José desapareció a finales de los noventa y su negocio también. 

 

Algún día volveré a cruzar las puertas de la memoria. Para contarles, lo que encontré urgando en aquellas cajas viejas. Y porqué Don Pepito, no quiso abandonar su destacamento.

 
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