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Noticia

El día de ayer…,  pues podía haber sido uno más, de esos en que te levantas y repites la rutina que de lunes a viernes nos tiene impuesta esta condenada vida de recibos y facturas que pagar a final de mes. Sin embargo, el día de ayer resultó diferente, y lo fue, porque me he propuesto que así sea. Al menos un día en semana utilizo mi moto clásica como medio de transporte, compartiendo con ella el acostumbrado quehacer diario; que con ella, dicho sea de paso, resulta del todo diferente. Y es que un Tomás Morales – Mesa y López, por Santa Brígida, bien tempranito y para comenzar el día, es otra cosa.

 

Lo de ponerme a escribir sobre esto, rompiendo así con la inactividad en la que llevo vagando meses, tiene que ver con alguien a quien conocí ayer, y en la gran verdad que atesoraban sus palabras; y es que con el tiempo he aprendido a disfrutar, y mucho, de la sabiduría y experiencia ajena, escuchando; que no es poco.

 

Pues eso, que allí estaba yo, sobre mi querida Ducati Pantah 500 de 1980, en la Avenida de Mesa y López, dispuesto a emprender la vuelta a casa, despidiéndome de unos buenos amigos, cuando llegó el padre de una de ellos, aficionado a esto de las motos de toda la vida, y enciclopedia viviente de cuanto se vivió hace años por estos lares alrededor de las dos ruedas. Pronto reconoció la motocicleta, presumiendo de haberlas visto correr en las carreras del Sebadal de principios de los años 80, junto a muchas otras que relacionó de manera más o menos enciclopédica. Lo más importante, sus palabras de despedida, “disfrutar de una moto como esta, es todo un elixir de juventud, no lo olvides”; me dijo, mientras se despedía para asistir a una sesión de rehabilitación, producto de su último trastazo en moto.

 

Lo del elixir de la juventud, me lo creo, porque el buen señor, que según supe después ronda los sesenta y bien largos, parecía un chiquillo; y lo más importante, se notaba a leguas, que se sentía como tal.

 

Pues nada Jerónimo, qué fuente de tu inspiración, animo a quien me lea, a que ponga una moto clásica en su vida, para con ella vivir, “o mas bien revivir”, un día en semana, o uno al mes, lo que sentía y vivía hace años; probablemente muchos ya, disfrutando así del efecto rejuvenecedor que provoca sentirte como un chiquillo.

 

Yo, con mis cuarenta y bien largos, estoy en ello, y les aseguro que funciona.

 

Filiberto Leal

 
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